sábado, 27 de octubre de 2007

LA UTOPÍA


UNIVERSIDAD MODELO
Escuela de letras

MAESTRÍA EN CULTURA Y LITERATURA
CONTEMPORANEAS EN HISPANOAMÉRICA



TOMÁS MORO
Alvaro Ancona

Antecedentes y desarrollo de la literatura
hispanoamericana del siglo XIX

Junio de 2004


Santo Tomás Moro

Entre los santos, la virtud del humor alcanzó tal grado de heroísmo que relucía, incluso, en momentos de gran sufrimiento o de la muerte. Santo Tomás Moro murió decapitado. Antes de subir al cadalso, se le acercó su hijo que, llorando, le pidió la bendición. El momento era muy dramático. Tomás Moro le dijo entonces al oficial que dirigía la ejecución, y que también tenía una actitud sumamente seria: "¿Puede ayudarme a subir?, porque para bajar, ya sabré valérmelas por mí mismo". Era una actitud llena de humor ante su muerte.
El rey Enrique VIII le prohibió hablar, porque sabía lo que era capaz de provocar en la gente. Sabía lo poderoso que era Tomás. No se le permitió, pues, pronunciar un discurso, y el condenado solamente pudo decirle al verdugo, al oficial de la ejecución: "Fíjese que mi barba ha crecido en la cárcel; es decir, ella no ha sido desobediente al rey, por lo tanto no hay por qué cortarla. Permítame que la aparte".
Éstas fueron las últimas palabras de Tomás Moro. Supo burlarse de sí mismo y colocar sus asuntos, su propia muerte, bajo la lente de lo absurdo. Y es que ante Dios, única realidad para la que merece la pena vivir, nuestra muerte tampoco es importante. Hay que tener el alma de un niño y tomar con fuerza la mano del Padre, para poder hacer bromas ante la propia muerte. Lo hizo un hombre que, con frecuencia, para tener un sentido cristiano del humor, rezaba:
"Señor, ten a bien darme un alma que desconozca el aburrimiento, que desconozca las murmuraciones, los suspiros y las lamentaciones; y no permitas que me preocupe demasiado en torno de ese algo que impera, y que se llama yo...
Obséquiame con el sentido del humor. Concédeme la gracia de entender las bromas, para que pueda conocer algo de felicidad, y sea capaz de donársela a otros. Amén".

Tadeusz Daiczerde Meditaciones sobre la fe(Ed. San Pablo)


LA UTOPÍA
TOMAS MORO
(1478-1535)


De Tomás Moro —Sir Thomas More en inglés— o Santo Tomás Moro —ya que la Iglesia Católica lo beatificó en 1886 y lo canonizó en 1935—, se han dicho muchas cosas: fue la figura más atractiva de comienzos del siglo XVI, voz de la conciencia de la primera Reforma inglesa y una de las tres mayores personalidades del Renacimiento inglés. Erudito, abogado, teólogo, estadista y finalmente mártir. Su influencia se dejó sentir menos en la evolución de la Reforma de Inglaterra que en la creación de un género literario particular: la descripción futurista e idealista de la sociedad ideal. El título de su libro más famoso, Utopía, se ha incorporado al lenguaje común y el término utópico se utiliza a menudo para referirse a una idea o concepto idealista y sumamente deseable, pero al propio tiempo difícil de realizar. En el campo de la ciencia política, tanto los liberales como los socialistas atribuyen a Tomás Moro la paternidad de algunas de sus ideas. Hasta en el Kremlin había una sala dedicada a Tomás Moro, por la semejanza de sus ideas con el ideal político del comunismo.

Tomás Moro nació en Inglaterra, en un periodo trastornado política y socialmente; en 1485 Henry Tudor había derrocado del trono a la Casa de York, instaurando una nueva y violenta dinastía que iba a tener una profunda influencia, no sólo en las relaciones Iglesia - Estado, sino en el desarrollo de la democracia parlamentaria en Inglaterra y en el País de Gales, y en especial, en la evolución de la Reforma inglesa.

A Tomás Moro se le ubica como pensador político y opositor a Enrique VIII en su pretensión de sustituir al Papa como líder de la Iglesia en Inglaterra, pero no debe pasarse por alto su contribución al pensamiento educativo en la Inglaterra y la Europa del siglo XVI. Moro fue un visionario inspirado y un crítico de la sociedad de su tiempo.



Contexto histórico de la vida de Tomás Moro

Durante gran parte del siglo XV, Inglaterra estuvo sumida en una constante agitación política como consecuencia del enfrentamiento entre las casas de York y de Lancaster, apoyadas cada una por una fracción de la nobleza, para obtener la supremacía política. Enrique IV depuso al rey Ricardo II y fue el primer soberano de la Casa de Lancaster.

Su hijo Enrique V —inmortalizado por Shakespeare en la obra del mismo nombre—, derrotó a los franceses en la batalla de Azincourt y fue nombrado Regente de Francia y heredero de la corona francesa. Por desgracia, su hijo Enrique VI estaba más interesado en la religión y el ascetismo que en las luchas políticas y militares. Fundó el Eton College y el King's College, en Cambridge, pero su legado político fue menos prestigioso, perdió las posesiones francesas y, finalmente, la Guerra de las Dos Rosas, cediendo el trono a Eduardo IV, de la Casa de York.

Aunque su hijo, Eduardo V, fue proclamado rey, su tío Ricardo, duque de York, le desposeyó de la corona y se hizo proclamar rey con el nombre de Ricardo III. No obstante, la posición del usurpador distaba mucho de ser segura, debido en parte al destino incierto de los jóvenes príncipes, Eduardo V y su hermano Ricardo. Ricardo III fue derrotado en la batalla de Bosworth, en 1485, por Enrique Tudor (Enrique VII), cuyos derechos a la corona inglesa eran también bastante inciertos, abriéndose así una nueva era en la historia de Inglaterra. Enrique VII afianzó su posición suprimiendo violentamente a sus rivales potenciales, pactando alianzas con los países europeos vecinos y practicando una política de austeridad fiscal. Su hijo Enrique VIII consolidó la dinastía Tudor mediante alianzas conyugales y otros convenios, eliminando brutalmente a sus opositores; emprendió una serie de guerras en el extranjero que dejaron en quiebra al tesoro público. Provocó una gran inflación y graves disturbios sociales. El Parlamento, para sobrevivir, hubo de recurrir asiduamente a la imposición de nuevos impuestos.

Se casó en 1509 con Catalina de Aragón, viuda de su hermano mayor, Arturo. Por desgracia, Catalina no pudo dar a Enrique, el heredero indispensable para asegurar la dinastía con un varón. Al no poder obtener un divorcio del Papa, a quien lo solicitó alegando que el matrimonio con su cuñada era un caso de adulterio, Enrique VIII entró en conflicto con la Iglesia Católica Romana. Su secretario, Tomás Cromwell, sugirió una solución: si Enrique se proclamaba cabeza de la Iglesia en Inglaterra, en vez del Papa, le sería fácil concederse a sí mismo el divorcio. En 1531 se adoptó, con esta única finalidad, la Ley de Supremacía.

Otras leyes confirmarían la Reforma de la Iglesia en Inglaterra, que acabó consolidándose bajo el reino de una de las hijas de Enrique VIII, Isabel I.
El problema del divorcio del rey y su pretensión de ser cabeza suprema de la Iglesia, provocó el conflicto entre Enrique y Moro, que provocaría su ejecución en 1535. Moro no fue ajusticiado por su actitud religiosa, sino por traición. Su negativa a acatar la Ley de Supremacía constituía delito de traición, como explicó después Enrique VIII al Papa y al Emperador Habsburgo, Carlos V, el cual, —según el yerno de Moro, William Roper—, le dijo al embajador inglés, Sir Tomás Eliot: “Señor Embajador, tenemos entendido que el Rey vuestro Señor ha ejecutado a su fiel servidor y sabio consejero Sir Tomás Moro”. Sir Tomás Eliot respondió que no sabía nada al respecto. “Bien, —dijo el Emperador—, habríamos preferido perder la mejor ciudad de nuestros dominios antes que un consejero tan valioso, es cierto, y no diremos más que si hubiésemos sido señores de tal servidor, de cuyas obras hemos tenido sobrado conocimiento en estos últimos”

Si Enrique VIII fue capaz de hacer aprobar tantas leyes anticlericales en los decenios de 1530 y 1540, incluida la de disolución de los grandes monasterios y abadías, fue debido a la presión de los altos funcionarios frente a la corrupción predominante en la Iglesia a comienzos del siglo XVI. Las prácticas corruptas del clero habían suscitado muchas críticas, con frecuencia tenían amantes; explotaban a los pobres y a los crédulos; su influencia en la educación era estéril y negativa. Hombres como Erasmo y Moro figuraban entre los más señalados críticos de aquel estado de cosas. Los dos reclamaban una reforma de la Iglesia, pero a diferencia de Lutero en Alemania y de Zwinglio en Suiza, no querían romper con la Iglesia Católica, preferían transformarla desde dentro. Moro temía que los excesos de Lutero condujeran a la agitación social y la guerra civil.

Moro fue un hombre del Renacimiento, ávido de nuevas ideas y favorable a los horizontes que abría el estudio de los clásicos griegos y latinos, apegado a la concepción tradicional del poder espiritual e incluso político.


Apunte biográfico

Tomás Moro nació el 6 de febrero de 1478 en Londres; su padre John era abogado. Sin duda alguna influyó en el pensamiento jurídico de su hijo. Tomás se educó en la St. Antony's School—entonces la mejor de Londres—; a los doce años de edad fue enviado a casa del cardenal John Morton, arzobispo de Canterbury y Gran Canciller de Inglaterra. Moro recibió una gran influencia de Morton, a quien cita elogiosamente en su Historia del rey Ricardo III, e indirectamente, en la Utopía. En 1492, Morton envió al joven Moro al Canterbury College de Oxford, a estudiar derecho. En Oxford, Moro estudió con Linacre, uno de los principales humanistas del Renacimiento. Linacre era un erudito clásico, preceptor del hijo mayor de Enrique VII, el príncipe Arturo, y también ejercía la profesión de médico; más tarde fundaría el Royal College of Physicians, enseñó a Moro y a otro alumno, Erasmo, el latín y el griego, les inculcó su entusiasmo por lo que entonces se denominaba el New Learning, que más tarde recibiría el nombre de Renacimiento, y les comunicó su gran apetito intelectual por los clásicos, las humanidades, la literatura, la poesía y la música. John Colet enseñaba también en Oxford en esta época y compartía muchas de las nuevas ideas del Renacimiento, aunque su influencia en Moro se produjo a través de sus escritos teológicos y su predicación. Colet denunciaba muchos de los abusos eclesiásticos de entonces y atacaba las concepciones escolásticas acerca de la doctrina de San Pablo, tratando de establecer una nueva forma de erudición bíblica basada en los textos griegos originales. A su salida de Oxford, Moro completó sus estudios jurídicos en los colegios de abogados de Londres, primero en el New Inn y después en el Lincoln’s Inn, antes de ser nombrado profesor interino en el Furnival’s Inn. Su competencia en cuestiones jurídicas era tal, que sus servicios fueron muy solicitados. Parecía llamado a cumplir las más altas funciones.

Durante un tiempo, pensó en hacerse sacerdote. De 1501 a 1504, vivió con los monjes de la Cartuja de Londres, dedicado a la devoción y la oración. Allí fue donde empezó a llevar un cilicio de penitente, que no se quitaría hasta el día antes de su ejecución, más de treinta años después. Erasmo dijo que Moro se fue de la Cartuja y abandonó su vocación religiosa porque prefería ser “un esposo casto, que un sacerdote impuro” y porque se había enamorado. Cotterill añade otras dos razones: la vida eclesiástica era para Moro una burda caricatura del cristianismo; y Pico della Mirandola, a quien Moro admiraba, se había negado a hacerse monje.

Sea cual fuere la razón real —quizás hubo varias—, Moro galanteó a Jane Colt de Netherhall, Sussex, y se casó con ella en 1504. Durante los cinco años siguientes, Jane le dio cuatro hijos: tres niñas y un niño. La hija mayor, Margaret, era su favorita, y gracias a la obra que escribió su marido William Roper, Vida de Sir Tomás Moro, en 1553, disponemos hoy de informaciones precisas sobre el hombre y su carrera.

Su esposa murió en 1511 y se casó de nuevo poco después con una viuda, Alice Middleton, siete años más que él. A pesar de su mal carácter y de su lengua picante, Alice fue una madre excelente para los niños y protegió a la familia, institución que Moro tenía en gran estima. La imagen de Moro que nos da Erasmo, en sus cartas, es la de un hombre cuya vida familiar era muy feliz, que gozaba con la compañía de sus hijos y fomentaba sus dotes intelectuales.

En una carta dirigida a su hija Margaret, que se despidió de él en el patíbulo y conservó su cabeza hasta su propia muerte, Moro escribió:
“Te aseguro que antes de permitir que mis hijos sean ignorantes y ociosos prefiero sacrificarlo todo y renunciar a los negocios para ocuparme de ellos, entre los cuales a nadie quiero más que a ti, amada hija”.

Moro fue un hombre polifacético: tuvo una plena vida política y profesional, fue un prolífico escritor, en latín y en inglés, actividad que ejercía en los momentos que le dejaban sus obligaciones públicas, y un ejemplo en su vida familiar. Puso en práctica muchas de sus ideas educativas en su hogar, que él llamaba su Academia.

Debido a esta ambigüedad de los aspectos públicos y privados de su vida, no es fácil distinguir entre el hombre y sus ideas, y las posiciones oficiales que adoptó. Tampoco es sencillo distinguirlo de Erasmo, que fue el escritor europeo más famoso de comienzos del siglo XVI. Su amistad comenzó hacia 1499. Erasmo visitó frecuentemente el hogar de los Moro durante veinte años. En 1506, tradujeron juntos las obras de Luciano, una de las cuales, Menipo va al infierno, inspiró quizá a Moro para escribir su Utopía. En 1509, mientras residía en casa de Moro, Erasmo escribió su famoso Encomium moriae [Elogio de la locura] y en 1518, publicó los poemas latinos de su amigo porque creía que “el único genio de Inglaterra” no tenía tiempo, por causa de su carrera jurídica y política. En el último año del reinado de Enrique VII, en 1509, Moro fue nombrado miembro del Parlamento y Vicesheriff de Londres. Al poco tiempo, el cardenal Wolsey le presentó al nuevo rey, Enrique VIII. Moro pasaría a ocupar muy pronto las más altas funciones políticas. En 1514, fue nombrado Master of the Requests. Al año siguiente, enviado por primera vez a una misión comercial en el extranjero, en Flandes, escribió el segundo libro de Utopía. Completaría el primero a su regreso a Inglaterra, en el mismo año.

Entre otras misiones en el extranjero, en las cuales Moro pudo hacer uso de sus habilidades diplomáticas, figuran: su asistencia al encuentro de Calais entre Enrique VIII, Carlos V y Francisco I, en el Campo del Paño de Oro; embajadas en Brujas y Calais; una embajada en París con el cardenal Wolsey y un viaje en el que representó al rey en el Tratado de Cambrai, que permitió a Inglaterra mantenerse al margen de la guerra europea durante los trece años siguientes.

Moro fue distinguido con grandes honores políticos. Tras defender con éxito a un grupo de aprendices de Londres que habían participado en una revuelta en 1517, al año siguiente fue nombrado consejero privado por recomendación de Wolsey. En 1521, fue armado caballero y se le nombró Tesorero de la Real Hacienda. En 1523, fue elegido presidente de la Cámara de los Comunes. Se dice que al recibir este último nombramiento declaró a Wolsey que no podría ni querría hacer nada sólo para complacerse a sí mismo, porque “no tenía ojos para ver, ni oídos para oír, sino en lo que esta Cámara (de los Comunes) tuviese a bien ordenar a su servidor”. A continuación, fue elegido gran mayordomo de la Universidad de Oxford, y de la Universidad de Cambridge, fue nombrado Canciller del Ducado de Lancaster y en 1529, cuando Wolsey cayó en desgracia, Moro se convirtió, contra su voluntad, en el consejero más importante y respetado del rey, al ser nombrado Gran Canciller de Inglaterra, el primer seglar que alcanzó este alto cargo del Estado. En ese puesto culminaría su carrera temporal.

Hasta ese momento, la fama de Moro se basaba tanto en sus prolíficos escritos y sus discursos teológicos como en sus virtudes de hombre íntegro, honrado y sencillo. Aparte de su mencionada colaboración con Erasmo, sus numerosos poemas latinos y la Utopía, fue autor de cartas con las que intervino en varias controversias. Por ejemplo, las dirigidas a Marin Dorp, a las autoridades universitarias de Oxford, en las que defendía brillantemente la necesidad de prever un lugar para la enseñanza humanista en la universidad, especialmente el griego y lo que hoy llamaríamos las disciplinas de cultura general, y la dirigida “a un monje”, en la que criticaba la corrupción del clero.

En 1520, ayudó a Enrique VIII a componer la Assertio septem sacramentorum, ataque contra Lutero y todo lo que éste representaba, que deparó a Enrique el título de “Defensor de la Fe” concedido por el Papa León X. Cuando Lutero replicó, Enrique VIII encargó a Moro que respondiese, lo que hizo con su Responsio ad Lutherum.

En 1522, empezó a escribir un libro piadoso titulado: Las cuatro últimas cosas, una meditación sobre la muerte, el juicio, el dolor y el gozo. En este tratado inconcluso, se refleja la consternación de Moro ante el carácter cruel y vindicativo de la vida política y económica de los primeros tiempos de la dinastía Tudor. Quizás refleje también una inquietud personal por el hecho de que el tiempo que dedicaba al servicio de Enrique VIII lo restaba a su familia y a su Academia.


Moro vivió la ambigüedad de vivir en el mundo y simultáneamente apartarse él, en sus observaciones que resultaban tan atractivas para la gente de su tiempo. Podía ver las dos caras de un argumento, y como Gran Canciller ganó fama de ecuánime y justo en sus juicios, aunque solía imponer sentencias excesivamente severas a quienes no compartían sus opiniones religiosas. Esta actitud provocó el conflicto con Enrique VIII, su caída en desgracia y su muerte.


Moro y la reforma inglesa

En la época en que fue nombrado Gran Canciller, Moro fue conocido en toda Europa como un hombre agudo, perspicaz y honesto. Fue consejero de Enrique VIII, que lo consideraba un apoyo clave para el logros de sus objetivos: divorciarse de Catalina de Aragón y reformar la Iglesia sin destruirla. Moro compartía los temores del rey con respecto a la Reforma Luterana, que podía destruir la antigua fe y el orden establecido. Teologalmente fue un conservador. Proponía una mayor tolerancia religiosa, una teología más racional y una reforma de las costumbres del clero, pero rechazaba la ruptura con la Iglesia histórica. Enrique VIII se apoyó en la pluma de Moro en su disputa con Lucero, y Cuthbert Tunstall, Obispo de Londres lo utilizó para criticar libros y tesis protestantes. En 1529, Moro escribió su Dialogue concerning heresies para refutar las doctrinas de William Tyridale, y su Supplication of souls, contra Simon Fish que había atacado al clero. En 1532 y 1533 publicó la Confutation of Tyndale's answer y una Apología de la posición católica. En 1533 escribió la Debellation of Salem and Byzance contra dos obras del abogado Christopher Saint Germain, y una Answer to a poisoned book, contra una obra anónima titulada The supper of the Lord, que primero se atribuyó a Tyndale y después a George Joye.

Conclusiones

Tomás Moro criticó duramente a la iglesia perezosa, engreída, ilegal, absurda, farsante, y unos años después fue beatificado por esa misma iglesia que tanto criticó. Fue hecho santo por aceptar la pena de muerte antes de vender sus principios. No fue un acto de fe —es obvio—, fue un acto de resistencia hacia la autoridad, a sus caprichos, a las decisiones arbitrarias.
Moro fue laico y anticlerical. Compartió el resentimiento de las masas respecto a los abusos de la iglesia. Como humanista europeo no dejó de ser católico ni repudió a su iglesia, simplemente tuvo una visión antípoda a los religiosos que detentaban el poder.

El mundo que propone Moro es un mundo en el que todos son iguales. La imposibilidad de acumular riqueza y lo innecesario de esta, hace que los ciudadanos utópicos no envidien ni codicien lo de los demás, ya que todos tienen lo mismo.

El oficio es legado por la propia familia. En caso de querer practicar una profesión que no sea la familiar, un utópico sería adoptado por otra familia.

La propiedad privada no tiene cabida en Utopía, ni la propiedad de tierras. Todos trabajan las mismas horas (seis.) Estas horas son suficientes porque todos trabajan y no hay clases sociales ociosas que exploten y vivan del trabajo.

Ser religioso, príncipe o jefe mayor del estado, no otorga ningún tipo de privilegio con excepción de las vestiduras y algún objeto simbólico que represente su puesto.

La clase dirigente no existe como tal ya que las instituciones de gobierno cambian constantemente y se eligen miembros de todas las familias.

No se necesita la moneda. Cada familia toma del mercado lo que necesita, las ropas son iguales para todos.

Los delitos carecen de motivación, pero en caso de producirse, se pagan con la fuerza del trabajo. Si el delito fuese es muy grave la condena será de esclavitud al servicio de la comunidad.

Existe un sistema educativo renovador. El estudio y la sabiduría son las claves de la felicidad. Los habitantes de Utopía aprenden continuamente. Desde cómo sentarse a la mesa, para que los jóvenes puedan aprovechar los conocimientos de los mayores, hasta las clases públicas que se imparten a diario.

Todos reciben la misma educación, con orientación claramente humanista. Esta concepción antropocéntrica del humanismo, contraria a la concepción teocéntrica de la Edad Media, seculariza la educación.

La educación está llena de reminiscencias de la Grecia Clásica, la lengua griega cobra importancia sobre la latina, así como el estudio de los filósofos y pensadores. Es una educación para todos, con nuevos contenidos que se ajusten a las necesidades del momento.
La filosofía, materia prohibida en la edad media, era admirada por los utópicos; los autores griegos, los preferidos. Las bellas artes podían ser aprendidas por todos, aunque no era obligación. La educación utópica no descuidaba los nuevos conocimientos como la astronomía, ni las necesidades de álgebra y matemáticas que necesitan los comerciantes. La medicina era considerada un arte, y no una actividad hereje.
Los utópicos amaban la cultura, sus vidas estaban llenas de actividades lúdicas de marcado carácter educativo, instauradas para poder desdoblarse, adquirir experiencia y conocimientos multiculturales.

Moro fue un visionario, un escritor valiente que supo confrontar a la sociedad de su época. Su oposición al sistema establecido se puede encontrar en cada página de la obra. Refleja los valores humanistas, las preocupaciones y el malestar de su época. Presenta un mundo perfecto opuesto al mundo real.

La vida utópica es una universidad. La inexistencia de juegos, de libertinaje, hace que los utópicos enfoquen su vida hacia el perfeccionamiento intelectual y personal.

La Utopía nos muestra conceptos contemporáneos como: El regreso de los soldados de una guerra, (Vietnam), inflación, devaluación, ley de la oferta y la demanda, la poca utilidad de quedarse con los territorios conquistados, socialismo, comunismo, loving, etc.
Tiene gran influencia en el pensamiento estatista moderno, en Marx, en Lenin, en Trosky. La vida utópica es similar al sueño comunismo de igualdad en derechos y obligaciones.

Podemos contemplar cinco mil años de historia, cinco mil años desde la invención de la escritura. El común denominador de la historia científica del hombre, es la guerra, el hambre, la desigualdad, la intolerancia, el fundamentalismo. Hemos vivido importantes metarelatos, búsqueda incesante de los pensadores de todos los tiempos para hallar una solución a esas crisis. La Ilustración buscaba la emancipación del hombre a través de la ciencia, el Idealismo a través de la Teología del Espíritu, el Marxismo a través de la revolución del proletariado, el capitalismo a través de la riqueza, la Era Tecnológica a través de la información. ¡por qué no les damos crédito ahora a los grandes relatos? Por la sencilla razón de que ninguno ha logrado evitar la crisis de la humanidad, porque los mismos problemas citados existen, y quizá se han incrementado. Las utopías propuestas por los metarelatos han sido insuficientes. Un niño nacido en el año 2000, ha sido testigo de las guerras de Irak y Afganistán, de la destrucción de las Torres Gemelas, de la continua guerra entre judíos y árabes, de las batallas internas entre las FARC de Colombia y su gobierno, por sólo mencionar algunos conflictos armados.

El hombre ha desarrollado monstruos que no puede controlar: la tecnología, la política, y la economía navegan con bandera propia, las leyes del mercado no pueden detenerse a voluntad, y clasifican a los seres humanos en: solventes e insolventes.
La gente pretende encontrar soluciones con los pies en la tierra. No es tiempo para soñar, y los pensadores no aterrizados suelen ser excluidos por la propia economía. Los ecologistas encienden a diario las luces de emergencia, la degradación ambiental se puede convertir en el más grande de los problemas de la historia. Prohibido soñar, nada de quimeras, vetada la imaginación y la fantasía. Debemos de ser realistas y trabajar en la política o en la iniciativa privada todos los días. Los soñadores representan un peligro, hay que eliminarlos, dejarlos en la escuela enseñando sus quimeras a los alumnos.

Soñar es ponerse en fuera de lugar, vivir en la u –topía. Lo utópico es lo que está en ningún lugar, “no hay tal lugar, como dijo Quevedo. La palabra griega topos, significa lugar; el prefijo U, significa negación. Lo utópico representa lo inalcanzable, lo imaginario, lo irreal. Describe a través de la poesía o el cuento algo que no existe, de cosas que suenan bien pero que son falsas. Para rematar, muchas de las utopías modernas lejos de ser agradables, son aterradoras. Nos hacen ver un futuro al que no queremos llegar. Basta mencionar películas como Cuando el destino nos alcance, o libros de ciencia ficción como El mundo Feliz, para tener pesadillas acerca del futuro.

Tomás Moro era una hombre de su tiempo, pero con una mentalidad que ha trascendido los siglos. Encontramos una ambigüedad entre su trabajo como político, con principios religiosos muy sólidos, y su obra toral La Utopía. La obra forzosamente nos remite a la búsqueda del Edén perdido, una isla en los mares del sur, por donde se localizaba el nuevo mundo recién descubierto por Colón. Una isla donde nadie es propietario de nada, en donde no hay ricos ni pobres, ni clases sociales. Por lo tanto no hay conflictos entre clases como en el mundo real, ni entre católicos y protestantes, o blancos y negros. No existe la competencia irracional por obtener riqueza, y como resultado no hay explotación ni opresión. Los utópicos son epicúreos, su búsqueda esencial es la felicidad, el placer. La supervivencia está garantizada, trabajan sólo seis horas al día y tienen todo en abundancia. Su mayor responsabilidad entonces, es la búsqueda del placer, no del patrimonio. Nadie se preocupa del mañana, no se requieren de seguros de vida ni de educación. Todo está controlado por el sistema. Utopía es una sociedad en donde: vivienda, salud, educación, están garantizadas de manera uniforma para todos sus habitantes; todos tienen acceso al arte y a la ciencia, no existe el dinero, cada quien toma lo que necesita, ergo; nunca toma de más, no hace falta.

Importante resaltar que los utópicos son seres humanos comunes y corrientes, no son superhombres, ni miembros de una raza superior, no poseen cualidades intelectuales, físicas o éticas diferentes a los demás, gente —como dice Moro—, igual a cualquier inglés de su propia época. La gran diferencia es la organización social, la manera de relacionarse unos con otros, las estructuras de poder, las reglas de distribución de los bienes, la equidistancia entre deberes y derechos.
Los utópicos, eligieron un sistema de valores diferente, y se organizaron de acuerdo a esos valores fundamentales.

En esos momentos, una gran cantidad de europeos viajan a las nuevas tierras, a la América recién descubierta, buscando oro, material indispensable para garantizar la felicidad. En Utopía, el ansiado metal áureo se utiliza para fabricar bacinicas, o para hacer cadenas para los criminales; las joyas, son adornos y juguetes de los niños. Cuando un utópico ve a un extranjero usando joyas como símbolo de poder o riqueza, les produce risa, lo consideran un niño, o un bufón.

Al no existir la propiedad privada, no se genera la lucha por los bienes materiales, leiv motiv de las guerras y pugnas humanas. Los intereses particulares son comunes a todos, y pueden vivir con un orden casi perfecto. En esos mismos años, en otra isla, —patria del autor—, se vive un desorden enorme. Una lucha interna que deja en el desamparo a los pobres, y a los que no acceden al poder. La Utopía es un estudio analógico entre la vida en Inglaterra, narrada durante la primera parte de la obra, en la que se relata el topoi del gobierno inglés, su corte real y sus problemas sociales. Moro discute ampliamente la justicia legal, la manera de tratar a los criminales. En el tiempo de la obra, Inglaterra, —como los demás países europeos—, vive la reducción de la tierra agrícola, destinando la mayoría de las tierras a la cría de ovejas. La lana era una materia prima indispensable para la incipiente industria textil, que a la postre serviría como detonador de la Revolución Industrial. Muchos de los agricultores emigran a las zonas urbanas, asentándose en los más miserables barrios, y junto con los que habían participado en las guerras continentales y que se encontraban desempleados, se convierten en ladrones o vagos. La autoridad responde a la este problema implantando medidas draconianas. Por ejemplo, en muchas ocasiones se castigaba el robo con la pena de muerte.

Moro sustenta que los criminales no son personas intrínsicamente malas. Sólo obedecen a unas circunstancias duras, y la pena de muerte es demasiado cruel. Ningún castigo puede frenar el robo que se hace por necesidad, por hambre y desesperación. En la Utopía propone como solución proporcionar a cada persona los medios de vida para que nadie tenga la necesidad de robar, y pagar con su vida por un delito que no pueden evitar.
Este planteamiento es la clave para analizar todo el texto. Es una tesis social que sustenta que: las personas son lo que son, en buena medida, gracias a las oportunidades que el conjunto social les ha otorgado. El caos inglés obedece a incapacidad del gobierno de generar un modo de vida honrado a una parte importante de la población, que tiene que recurrir al robo para sobrevivir, mientras que los que detentan el poder y la riqueza se ocupan sólo de sí mismos.

La primera parte del libro nos da la clave para entender el meollo de la obra y el concepto de utopía, al que dio nombre la misma. Es el sueño de una sociedad ideal, de una sociedad justa y fraternal. La Utopía aporta una idea bastante precisa de los que significa: lo social y lo cultural, y de la relación individuo-sociedad, mucho antes de que existieran formalmente las ciencias sociales. Al entender Moro los fenómenos sociales y culturales con tanta claridad, aporta las soluciones. La isla del sur es una isla similar a Inglaterra, pero al revés. El mundo inglés es caótico, una gran arena de lucha en la que pelean todos contra todos, el mundo no-humano, injusto, violento, lleno de desigualdades está al revés. En contraste, el mundo humano, diseñado para abarcar los sueños de todos los ciudadanos es el mundo de utopía. El no-lugar es el mundo ideal, lo que debería ser. El texto de Moro no se limita a criticar a la sociedad, no es solamente un discurso moral. Ofrece un diagnóstico, analiza las causas de la desigualdad económica y social, los laberintos del poder. Muestra las causas de la riqueza y la pobreza. Del diagnóstico proviene una propuesta concreta. Para que los ingleses puedan salir del caos en el que viven, deben modificar esencialmente los mecanismos sociales que lo provocan. Crear una sociedad basada en valores supremos: Igualdad, libertad, fraternidad. Cancelar el mecanismo que se opone a la aplicación de dichos valores, como se hizo en la isla de Utopía muchos años atrás.
La denuncia al sistema inglés, se convierte en un diagnóstico, y desemboca finalmente en una propuesta. Todo lo que se ha hecho en Utopía, se puede hacer en Inglaterra, y quizá en los demás países europeos. La utopía es un sueño compartido, el sueño de la sociedad perfecta, la búsqueda del Edén. Un viejo ideal humano, pero que no tenía un camino, ahora lo tiene. El paraíso no está en un lugar lejano, está ahí mismo, en Inglaterra. Convertirse en seres utópicos no requiere de la intervención divina, no exige un sacrificio moral sobrehumano. La fórmula es simple: Reorganizar las relaciones sociales, establecer normas nuevas de convivencia, abolir la propiedad privada, instaurar reglas que controlen el manejo del poder anteponiendo siempre el bien común, la buena vida para todos.

La Utopía de Moro, como la mayoría de los textos utópicos del Renacimiento, una corriente nueva de pensamiento, nos habla de una sociedad digna de llevar ese nombre, una sociedad humana, diseñada para todos los seres humanos, igualitaria y justa. La sociedad presente, aparece siempre en los textos utópicos como la antítesis de la utopía: inhumana, perversa, incapaz de proporcionar felicidad a todos.
Los sueños utópicos se modifican con los siglos, la ciencia absorbe el análisis de la esfera socio-cultural a partir del siglo XIX, pero la tradición utópica sigue latente, no se deja eliminar. Las voces no pueden acallarse mientras que la vida no sea como debe ser.

La tradición utópica es ambivalente por antonomasia. Por una parte, se niega a aceptar el sufrimiento, la pobreza, la opresión, la explotación del trabajador, la muerte prematura, la vida sin perspectiva; por la otra, está convencida de que el destino del ser humano debe ser mucho mejor de lo que es, que el humano puede ser feliz, compartir con los demás su bienestar. La isla del otro lado del mundo es una metáfora, antípoda de la isla real. El diagnostico y la denuncia de Moro, tienen su contraparte en la acción contestataria y la propuesta transformadora. Saca a la luz el desorden actual, identifica los mecanismos que sustentan la miseria económica, psíquica y espiritual y propone su modificación inmediata. Los sueños utópicos no se desvanecen, porque las víctimas históricas del caos, los pobres de todos los tiempos los sostienen y promueven el cambio. Constantemente son decepcionados, aplastados por el poder. El proyecto utópico no propone cambios lentos y aislados, es una propuesta radical, prevé la instauración de un sistema social radicalmente diferente al actual. Un sistema que abarque a la totalidad de sus miembros sin exclusión. El sueño utópico es activo, creativo, analítico y militante, se ha expresado en todas las épocas de la humanidad, en todas las culturas. Es mucho más que un texto, la utopía simboliza el sueño del mundo feliz, el paraíso terrenal bíblico. Vive en la conciencia de todos los seres humanos, se manifiesta en mitos y leyendas populares, en novelas, cuentos y fábulas, en los ideales de las diferentes religiones. El sueño utópico ha provocado revoluciones, independencias, guerras civiles a lo largo de la historia. El pueblo se resiste a aceptar la desigualdad económica, el poder anárquico de sus gobernantes; se opone a ello, a veces en silencio, a veces a gritos. Todos los movimientos militares obedecen a la inconformidad de la mayoría.

El sueño utópico ha tenido siempre su contraparte. Muchas novelas, cuentos, películas han presentado los bloqueos anti – utópicos, que algunos estudios llaman utopías negras, o anti – utopías. Son tan antiguos como las utopías. Su papel es elemental: evitar que los sueños utópicos afecten los sistemas sociales. Las utopías ponen en peligro a los sistemas, provocan exaltaciones en la conciencia colectiva, inducen la movilización política. Por eso se han generado en todos los tiempos mecanismos perfectamente estructurados para combatirlas. A los soñadores se les ridiculiza desde la Edad Media Europea. Son acusados de holgazanes, lujuriosos, borrachos soñando con mundos irreales, buscando la vida fácil, jornadas más pequeñas de trabajo, Quieren apropiarse de los bienes de los que han trabajado fuerte para obtenerlos, exigen del estado la satisfacción de sus necesidades sin aportar nada a cambio.

A los utópicos hay que eliminarlos —como sucedió a Tomás Moro—, hay que bloquearlos con las anti –utopías. Muestras hay muchas en la historia reciente: la novela 1884 de G. Orwell, escrito después de la segunda guerra mundial en la que reflejaba un futuro atroz; El mundo Feliz, Fahrenheit 451; películas como: Soley Green, o Robocop, que nos pintan la sociedad del futuro, el destino al que se encamina la humanidad. La tecnología que rebasa la capacidad del hombre, una anti – utopía recurrente a la que nos dirigimos sin que nadie pueda evitarlo. La tecnología y las leyes del mercado nos muestran un futuro poco agradable: controlarán la vida, el trabajo y el pensamiento; provocarán más guerras. Un futuro menos humano que inquieta y atemoriza. Las sociedades anti – utópicas son violentas, con gobernantes crueles, con manipulación genética e ideológica.
Estos conceptos de utopía negra, hacen que la gente normal prefiera la situación actual en la que vive. Aunque sea mala, es mejor que los vistazos futuristas. Las leyes del mercado son injustas, y provocan el crecimiento de las diferencias económicas; la tecnología produce más problemas que soluciones, pero sobrevivimos. El mundo actual es mejor que el planteado por las anti – utopías, y la utopía es un sueño inalcanzable.
Las anti – utopías han reconocido —lo mismo que las utopías—, que el orden mundial actual es ampliamente insatisfactorio en muchos de sus aspectos, y que es muy frágil porque está hecho por seres humanos. Pero las anti – utopías luchan por mantener ese orden, cambiarlo puede llevar muchos riesgos. Mejor dejamos las cosas como están —pregonan los anti–utópicos—, y relacionan el sueño utópico con una pesadilla, el futuro lo relacionan con una gran amenaza, el terror, la destrucción.

La Utopía fue publicada hace quinientos años. Si Tomás Moro nos pudiera ver ahora, sabría que su sueño fracasó. La gran lección del siglo XX fue la derrota de los sistemas estatistas e igualitarios. Después de dos guerras mundiales, y de una guerra fría que ostentaba como icono damocliano el poder nuclear, vimos derrumbarse el Muro de Berlín, desvanecerse el sueño comunista con la desintegración de la Unión Soviética, los fracasos económicos de los regimenes que pretendían la igualdad garantizada por el Estado. El gran dios mercado derrotó al dios Estado. Las desigualdades económicas y sociales son, en los albores del siglo XXI más grandes que en los tiempos de Moro.

La Utopía siguió siendo eso… una simple utopía.

Bibliografía utilizada y referida:

Bloch, Ernst 1988 “fragmentos sobre la utopía” En E. Krotz, pp 257 – 269. México. Universidad Autónoma Metropolitana, Iztapalapa.

González Matas, Enrique 1994 Utopías sociales contemporáneas. Málaga: Algazara.

Krotz, Esteban 1988 Utopía: México: Universidad Autónoma Metropolitana, Iztapalapa.

Orwell, George 1981 1984: México: Juan Pablos Editor.

Vargas Llosa, Mario 1981 La guerra del fin del mundo. Barcelona: Seix Barral.

Tomás Moro, Utopía. Cuarta edición cibernética. Captura y diseño, Chantal López y Omar Cortés

Estudios críticos varios, INTERNET

Daicser, Tadeusz, Meditaciones sobre la fe. Ed. San Pablo


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