martes, 25 de septiembre de 2007

El amor y los demonios (poesía y prosa)


Demonios de mediodía

Surgen como saltimbanquis cuando
descorchas una botella de vino muy viejo
o cuando una agraciada doncella riza los rizos
y baila la danza de los siete velos para ti.

Los hay de varios colores y aspectos:
vivarachos y retozones, parcos y templados,
rojos y verdes, maestros del camuflaje
que se disfrazan de pecado nuevo
para envolverte en sus bellas artes.

Aparecen después de que has cumplido cincuenta años
y se quedan contigo hasta que el gran árbitro les saca tarjeta roja
y los echa del juego.


Tentaciones nocturnas


Regresa Satán maldito, equivocaste el camino
qué me puedes ofrecer a estas alturas del juego
poseo suficiente plata para el tiempo que me queda
no requiero más amores me basta con el que tengo
estoy más fuerte que un toro y más sano que un infante
recorrí las cinco tierras navegué las siete aguas
tengo amigos aguardando beber una copa juntos
una guitarra española que ha sido fiel compañera
colección de plumas nuevas y hojas de papel en blanco
vete a tentar a otro incauto, llegaste tarde conmigo.

El diablo y el vino

No estoy seguro si lo invoqué. Apareció en el jardín, mientras tomaba una copa de vino muy seco y muy rojo. Disfrutaba de una espesa soledad mientras los demás dormían. No era un diablo rojo —con cuernos, cola, olor a azufre—. Era un anciano, pobre diablo sucio y harapiento. Tuvo que presentarse a si mismo como el celebre Satanás para que supiera de quien se trataba.

Soy un ángel —¿recuerdas?— Por oponerme a un régimen absolutista y antidemocrático tuve que enfrentarme a Aquél, a quien ustedes escriben con mayúscula. Fui derrotado. Me enviaron al tercer mundo del universo y los directores de relaciones públicas del nuevo rey, se dedicaron durante siglos enteros a poner a la mass media en mi contra. Todos me odian desde entonces. Pasan los siglos y sigo siendo el maligno, el perverso, el apestado de la historia. Nadie me escucha. No soy el que ha provocado las enfermedades, las guerras, la pobreza. Lo hicieron ustedes solos —maldito libre albedrío—. Desde entonces fui relegado al olvido, a la soledad, a la tristeza. El infierno es una patraña divina. Lo construyen ustedes en la misma tierra. El cielo, otra. Parte de su propia vida.
Soy viejo, cargo con todos los años y los pecados de la historia. Quiero morir, terminar con este suplicio eterno.

El único averno es la soledad. ¿La manera de terminar con mi tormento? el beso de un ser humano, pero nadie se ha atrevido a hacerlo.
Atemorizado, un poco asqueado, besé la mejilla del pobre diablo. Me regaló una pálida sonrisa. Se esfumó

2 comentarios:

Victor Bloise dijo...

Excelentes verso, pero como diria mi suegra porque todo al calor de una copa de vino.

Felicidades Victor

Álvaro Ancona dijo...

Estimado Victor:

tu visita me dio sed. Tendré qué destapar una botella de vino. Estás invitado.

Álvaro