lunes, 12 de noviembre de 2007

El salón de los espejos (primeras páginas)


El universo visible es
una ilusión, un sofisma.
Los espejos y la paternidad son abominables
porque lo multiplican y lo divulgan

Jorge Luis Borges
Tlön, Uqbar, Orbis, Tertius


Los cuatro líderes avanzaron caminando entre el hielo y el lodo, antes de permitir que el resto del grupo los siguiera sobre la avenida natural que el declive del mar había descubierto. Ulk, guía irrefutable por su resistencia física y su vista que superaba los horizontes, marchaba envuelto en pieles de bisonte unos metros adelante. Su instinto le indicaba que andando hacia el lado en que salía el sol al amanecer, llegarían a tierras menos hostiles.
Tenían muchos años viajando. Los ancianos morían en el camino pero, por cada uno, nacían dos o tres niños.
Era la última glaciación del Pleistoceno. Por la contracción y presión del hielo, el nivel del mar había descendido permitiendo la formación de un paso firme, aprovechado por los viajeros para huir de las tribus guerreras que los asolaban. La señal para encontrar ese puente que la naturaleza les ofrecía en su huída, se las dio una manada de bisontes, que por instinto de supervivencia caminaba hacia el nido del sol.
Muchos años transcurrieron. Aprendieron a fabricar puntas de flecha de pedernal, a comunicarse entre ellos en un primitivo lenguaje.
Ulk seguía al frente del grupo. A pesar de los obstáculos con los que se topaban —grandes cordilleras y ríos—, avanzaban a fuerza de voluntad. El clima era más benigno a cada paso; encontraron caza y pesca abundantes, árboles que les ofrecían sus frutos con sólo estirar la mano. Al anochecer, alrededor de la fogata, Ulk transmitía a los más jóvenes sus enseñanzas para la supervivencia. Les enseñó a crear y dominar el fuego, a construir arcos, flechas y lanzas, suficientemente fuertes para abatir a los poderosos bisontes, mamuts y demás bestias que encontraban en su andar. Los impulsaba a seguir adelante, a perseguir al sol de levante hasta descubrir la tierra prometida.
Finalmente llegaron. La señal: una región transparente, cálida y fértil, dotada de océanos en ambos lados. Ahí podrían sobrevivir por sus conocimientos de pesca y caza.
Ulk entregó su alma a la nueva tierra. Su descendencia podría establecerse y reproducirse con todas las ventajas.
El lugar elegido era el paraíso imaginado: llanuras, costeras, altiplanicies y sierras, ofrecían a sus habitantes, opciones múltiples para la supervivencia; ríos de carácter torrencial proveían agua dulce todo el año. Cuencas lacustres decretaban una diversidad de climas sin extremos, permitiendo el desarrollo de la agricultura.
La planicie, siempre verde, les daba la bienvenida con su colorido, con su ofrenda de flores como la dalia, la nochebuena y una gran diversidad de orquídeas.
Imponentes árboles de madera tan dura como la piedra, caoba, cedro rojo, primavera, oyamel, fresno, pino, ocote, proporcionaban sombra en los días de verano.
Se establecieron sobre tierras muy ricas en valiosos minerales: plata, cobre, plomo, cinc, hierro, carbón mineral e impresionantes yacimientos de petróleo.
En ese Olimpo desarrollaron su civilización.



Veinte mil años después, en uno de los países del altiplano

El camino de grava, hacía que el automóvil convertible de Tania Valero brincara a ritmo de samba, arrojando guijarros que corrían hacia atrás como conejos asustados. La estrecha vía, escoltado por dos hileras de pinos canadienses, desafiaba con su gama de verdes a la bóveda celeste de tono azul grisáceo. Impaciente, José Luis López Muñoz permanecía abstraído y taciturno, viendo pasar la interminable procesión de árboles. Parecían soldados de plomo en posición de firmes, resignados a su quehacer ornamental y ambiental.

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