lunes, 5 de noviembre de 2007

Focalizaciones (opus seis) Cuento



La ventana

¿Ahí está otra vez! Pobre diablo. Es increíble la cantidad de personas que no tienen una vida propia y quieren robarse las ajenas. El oficio de este tipo es atisbar por la ventana. Enterarse de la vida y obra de los demás. ¿A qué hora comerá, o se bañará? Siempre que estoy en la casa y me asomo, aparece como por arte de magia, con su cara de derrota, con sus arrugas de anciano prematuro y su expresión de cansancio.


En qué momento de la vida se rendirán estos desgraciados para solicitar membresía en el club de los perdedores. ¿No tendrá esposa o hijos, o de perdida algún amigo de su edad para conversar de vez en cuando? Veo siempre a los viejos, o senectos, o adultos mayores, a la gente grande como dicen los afectos a los eufemismos, jugando dominó con sus cuates, tomando café y recordando viejas glorias, paseando los domingos con sus nietos, leyendo cuando su cansada vista se los permite, viviendo, en síntesis, lo que se debe vivir a esa edad.


Como si fuera algo malo ser viejo, tener el cabello blanco y las patas de gallo. Lo grave es tener las ganas gastadas, la voluntad en declive, las fuerzas en bajada. Este santo varón de la ventana, no es capaz siquiera de obsequiarme una sonrisa de buenos días. En su mirada se leen décadas completas de fracaso, de sueños perdidos, de ilusiones enlatadas. He resistido las ganas de hablarle, de hacer mi buena obra del día como me enseñó el cura aquel color de rosa que nos daba catecismo en la iglesia. Pero nada más de ver su expresión de desaliento me rajo. He llegado el momento de la vida de reunirme con quien se me de la gana. Con gente positiva, que no cargue con tanta amargura. Es el privilegio de los años. Tuve que aguantar jefes estúpidos y compañeros de trabajo insufribles por muchos años; tuve que aguantar a Martha casi cuatro décadas; tolerar a los parientes políticos, insoportables idiotas que el destino ubicó en el mismo vagón en el que me tocó hacer el viaje; tuve que apechugar a los políticos corruptos e ineficientes de mi generación, a los intelectuales y su petulancia académica, a maestros mediocres y compañeros estúpidos. Por eso, con la jubilación, decidí reunirme solamente con la gente que me gusta, con quien puede aportarte algo con su inteligencia o con sus ganas de exprimir cada día.

Ahí sigue. Mirándome como si en ello le fuera la vida. Rezando porque no me vaya, porque tendrá que volver a su rutina inamovible. Ahí sigue, en la ventana, mirando sin sonreír jamás.

Por fin se fue ese pesado. Ese don nadie que se cree el segundo parto de la Virgen María. Ese clásico ejemplo de quien no puede ver la realidad. Ser espejo de baño es cada día más aburrido. Tendré que buscar otro quehacer.

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