miércoles, 14 de enero de 2009

De buena memoria



Confieso que he vivido
Pablo Neruda

Cuando me supe tenía ya cuatro años
y me estaba ahogando en el muelle de Acapulco
ante la mirada insensible de once pececitos de colores.
Diez veces mil días después empecé a incinerar las
páginas amarillas del almanaque del abuelo, me
brotaron la barba y el bigote y me sedujo la
convicción axiomática de la existencia de las mujeres,
las guitarras, el vino tinto y una variedad extensa
aunque efímera de noches disponibles.
Faltaban los hijos, los árboles y las palabras
para garantizar la trascendencia y se presentaron en
orden cronológico para poner cada década en su lugar.
Pasaron los tiempos de la mezclilla, los copetes
y la melena, los Beatles y los estudios, Serrat y Aznavour,
guerras y paces, decibeles electrónicos y rapsodias
de Guershwin, períodos de trotar el mundo y de buscar
la paz de los ocasos, risas a granel y algunos llantos
antes que caer fulminado por la letra y envenenado
por el aroma de la quintaesencia de la literatura.
Heme aquí resumiendo deberes y haberes en un
ábaco de madera y tratando de escalar a rapel
el tiempo para lanzarme por última vez en paracaídas.

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