viernes, 23 de octubre de 2009

La serenata (Fragmento de novela) ll


II.

No existe un momento del día
en que pueda apartarme de ti
el mundo parece distinto
cuando no estás junto a mí…


Cuando empezó la segunda canción ya sabía que eras tú. Estaba infartada, lo comprenderás. El maestro que nunca sonríe, que nunca responde a las insinuaciones, que se apasiona tanto durante la clase que olvida a sus alumnos. Visiblemente borracho, con un cuate de parranda tan viejo como él, cantando debajo de mi ventana. Cuando me repuse de la sorpresa decidí escuchar la letra de la canción. Los boleros estaban de moda gracias a Luis Miguel, habían sobrevivido al tiempo y los chavos los cantábamos.

No hay bella melodía, en que no surjas tú…

¡Santo Dios!, que estaba sucediendo. Me decías tú esas cosas, o simplemente cantabas para seguir la corriente. ¿Surjo yo en tu pensamiento cuando escuchas una melodía bella? ¿Estaba mi maestro enamorado? No debiste hacerlo, ni siquiera al calor de tantos tequilas, como confesaste meses después haber ingerido. Tu serenata transgredía todas las normas, rompía con la idea que yo tenía de ti, de la vida, de la sociedad, de los sentimientos.

Ni yo quiero escucharla, si no la escuchas tú…

¿Qué carajos están diciendo los señores del trío? ¿No quieres escuchar ninguna canción si no estoy junto a ti? Qué significa eso ¿Me amabas acaso?, a mí, a la menos probable de tus alumnas, a la más rebelde, a la menos compleja. Esa noche de octubre, con esa canción estabas cambiando mi destino, y el tuyo, estabas interviniendo en el futuro con tu locura. Cómo puede una colegiala resistir la ternura de esa letra, la armonía de las guitarras que penetraban en mi conciencia como si fueran una declaración amorosa.

Es que te has convertido, en parte de mi alma…

¿Desde cuándo, por qué, a qué hora me convertí en parte de tu alma? Recordé las instrucciones de mi madre, tenía que escuchar la serenata en silencio sin que advirtieras mi presencia. Sabías que te estaba escuchando, había mandado la señal de la luz y deseaba que el mundo me tragara. Aunque no lo creas, corrí a lavarme los dientes. Me parecía poco decoroso escuchar la música con aliento capaz de despegar los tapices. Me moría de ganas de llamar a mis amigas, compartir con ellas lo que estaba sucediendo, pero no me atreví, simplemente seguí escuchando la canción:

Ya nada me consuela, si no estás junto a mí…

¡Qué exageración! Pasaste de la indiferencia académica, de la frialdad de esquimal, a declarar con esa maldita canción que nada podía consolarte si no estaba junto a ti. Que querías que pensara, si era mi primer gallo; perdí la virginidad serenatezca con esas rolas. Debo reconocer que me gustaron, que dejé de considerar a los boleros una expresión cursi de las abuelas, en verdad la letra era emocionante.

Mas allá de tus labios, del sol y las estrellas…

Mis labios, pensé que estabas ciego y no te habías fijado en la parte más competitiva de mi anatomía. Todos los galanes de la universidad hablaban de mis labios, de que morirían por un solo beso, y tú, los considerabas el órgano fundamental de la comunicación oral. Más allá de mis labios, del sol y las estrellas, imagina, las estrellas dejaron de ser elementos astronómicos para convertirse en metáfora. Me pregunto si elegiste tú las canciones, si pasó por tu mente la responsabilidad de lo que me estaban diciendo. ¿Era Cesar Portillo de la luz, los cantantes contratados, o tú, quien me decía esas cosas?

Contigo en la distancia, amada mía, estoy.

¿Amada mía? Desde cuándo era la amada tuya. Los hombres deberían medir sus palabras, esas son palabras mayores, y tú, un experto en los símbolos, en los códigos, en la interpretación del lenguaje, las soltabas así nada más, briago, a las cuatro de la mañana.

5 comentarios:

Vicky Cateura dijo...

Me ha encantado tu relato, tan lleno de ternura arropada en un inolvidable bolero.

Besos

Sylvia dijo...

¡Con ese final me terminaste de matar! No sé si por recuerdos, remordimientos, vergüenza juvenil, o simplemente el furor que has desatado en mi almita (¡ya no tan joven!)clavándola con la indiferencia de ese odioso personaje, tan erudito él!

"¿Amada mía? Desde cuándo era la amada tuya. Los hombres deberían medir sus palabras, esas son palabras mayores, y tú, un experto en los símbolos, en los códigos, en la interpretación del lenguaje, las soltabas así nada más, briago, a las cuatro de la mañana."

¡Ten piedad! Muy bueno este escrito, te felicito. Abrazos desde la Patagonia.

Álvaro Ancona dijo...

Gracias, I´am. Siempre es un placer encontrarte.

Álvaro

Álvaro Ancona dijo...

Silvia:

el libro "La Serenata" no está aún publicado, pero si quieres leerlo te hago llegar una copia.

Gracias por venir.

Devuelvemeunencanto.. dijo...

Hola!!
Bueno, primero que nada me presento, me llamo fabiana y es un verdadero gusto haberte leido, la verdad que tambien he escrito entradas en el blog pero nunca tengo tiempo..asi que solo me dispongo a leer el material de los demas, no se si es tiempo o ganas..
la verdad que me encantaria, si no t molesta, que me enviaras una copia de la novela, estaria muy agradecida.
en fin, un gusto, espero, estemos en contacto
saludos!
fabi