jueves, 3 de marzo de 2011

El laberinto escondido de Dios (Fragmento)



¿Qué coños puedo hacer con mi vida? Me bastó mirarme al espejo a los cinco minutos de haber nacido para darme cuenta de que era el enano de la obra.
¡Mírenme nomás! Qué clase de dios puede contener la crueldad necesaria para haberme creado así. Soy horrible, ¿por qué yo Dios mío? —vaya lugar común—. Produzco terror y asco a los que me miran. Mi cabello es una abundante fuente de grasa, mi piel es porosa y llena de manchas, mi cuerpo es curvo y ostenta una giba por encima de su propia altura. Carezco de dientes y muelas, no hay nada hermoso en mí. Tuve que haber cometido mil pecados antes de nacer para pagar este precio. Maldito Señor, reniego de ti, de la vida. ¿Acaso esperas que mi alma sea bondadosa cuando mi cuerpo repugna? Debo elegir un pasado acorde a mi apariencia; elemental: soy hijo no deseado, engendro de una violación tumultuaria; mi madre, alcohólica incurable, me arrojó a un lote baldío a las dos horas de malparirme. Las ratas estaban a punto de devorarme cuando apareció Candelaria, recién llegada de una ranchería del Estado de Michoacán. Una indígena, casi niña, de alma bondadosa, que agregó a su calvario la carga de un recién nacido. Después de vagabundear por tres días, viviendo de los centavos que le había dado su padre antes de partir a la gran ciudad, fue recogida por Alonso, que la encontró en el quicio de la iglesia de La Sagrada Familia. Acababan de comprar la Privada, y los apóstoles requerían de un conserje que se encargara de la limpieza de las áreas comunes. Nos instalaron en una pequeña casa construida ex profeso en el fondo. Ahí pasé mis primeros años de vida. Alonso era el preceptor indiscutible de Amón Ra. Una vez, que me halló atado a la pata de una cama, teniendo apenas cuatro años, propinó a Candelaria una brutal reprimenda. Después de una junta de emergencia, los apóstoles decidieron realizar una adopción masiva. Entre todos pagarían mis gastos, y se comprometieron a educarme personalmente. No podía ir a una escuela —opinión de Alonso—. Los niños convertirían mi giba y mi aspecto de duende, en blanco de chacotas constantes. Ellos mismos se encargarían de mi formación de acuerdo a un rol establecido por el líder. Tuve entonces ocho padres putativos, personas bondadosas a los que no les importaba mi aspecto, que me defendieron de cuanto mal me amenazaba. A los dieciocho años tuve consciencia primera de mi sino. Observaba de lejos a las sobrinas de alguno de los apóstoles, lo visitaban en su cumpleaños. Sentía el instinto de la sensualidad correr por mis venas, pero entendí en seguida el terror que causaba mi aspecto. Nadie me querría jamás, eso era un hecho indiscutible.
Candelaria se quedó dormida una noche, demasiado cansada. No despertó más. Agustín Almeida, benjamín de La Arcadia, era médico, el único entre ellos. Certificó la defunción de la mujer que se compadeció de un símil de ser humano abandonado. Su sepelio fue un acontecimiento extraño. Raúl Serrano estaba muy involucrado en esos tiempos con la cosmogonía, y convenció a los demás para hacer un rito funerario clásico maya. Lo recuerdo como si fuera ayer.
Cada uno de los apóstoles invitó a cinco alumnos universitarios para presenciar el funeral. Candelaria, la india purépecha, jamás imaginó terminar sus días con tanto público, y entre ritos sagrados de tal magnitud.
Raúl tomó la mano de mi madre, que había sido acostada en un diván antiguo. Declaró que el pulso chico, el que regula el cuerpo, había cesado, y que el pulso grande, el que regula el alma había escapado hacia las regiones del Bolontikú. Ha muerto —exclamó—, ha muerto. Todos se arrodillaron, pegaron su frente a la tierra y rezaron siguiendo la voz profunda del guía. La oración pretendía auxiliar a la difunta a abandonar la vida terrenal, a olvidar la nostalgia material para poder internarse con libertad en el inframundo, lugar adonde se refugian los que han perdido la carne, los elegidos que finalmente no tiene que llevar sobre sus espaldas el peso material.
Ha llegado tu hora de morir, de abandonar la tierra, de desprenderte de todas las costumbres que adoptaste durante tu vida, de decir adiós a tu casa, a tu hijo —la voz de Raúl impresionaba a todos—. Debes abandonar la tierra, despojarte de su belleza y su tristeza. No mires hacia atrás, mujer, reúne fuerzas espirituales para vencer todos los obstáculos de tu viaje póstumo. Tienes un largo camino por delante. Descenderás por los pasajes del Metnal. Tendrás que buscar a los dioses. En su presencia conocerás las grandes verdades, los misterios te serán develados.
Los estudiantes, provistos de escobas, barrieron entonces la habitación. Raúl, auxiliado por Alonso, lavó cuidadosamente el cuerpo de Candelaria. Le aplicaron una extrema unción en los pies, aromatizaron con esencia de flores el cuerpo entero y la vistieron con su mejor ropa. Cuatro de los apóstoles se transmutaron en chaques, con máscaras de murciélago, de lechuza, de serpiente roja y de serpiente negra, animales simbólicos de la muerte. Los chaques amortajaron el cuerpo y le llenaron la boca de maíz molido para que tuviera que comer durante la larga travesía. Le pusieron en la mano una joya egipcia de jade, para entregar a los dioses y recibir a cambio algunos favores. Podría negociar la disminución de las penurias en el Metnal. Junto al cadáver de Candelaria, pusieron el de un perro —cazado en la calle por algunos de los estudiantes— para que en su lomo la difunta pudiera cruzar el ancho río de aguas turbulentas que encontraría en el primer vado. Cada uno de los asistentes depositó a su alrededor regalos que le serán útiles en el más allá: vasijas, comida, zapatos, collares.
El cadáver fue llevado a incinerar, mientras en la casa se celebraba una gran fiesta. Un grupo musical tocó durante toda la noche la música favorita de la difunta.
A partir del día siguiente, tomé las obligaciones de mi madre adoptiva, y me hice cargo de la administración y limpieza de la Privada, pero sin abandonar un sólo día mis estudios.

2 comentarios:

escribes conmigo dijo...

Cada nuevo fragmento que leo me hace querer leer la novela completa, dime que librería lo vende para conseguirlo.
es un gusto leer tu blog

mario

Álvaro Ancona dijo...

Faltan unos días, Mario. En seguida les aviso. Gracias.