lunes, 26 de septiembre de 2011

El antro ( Del libro Focalizaciones)



Apuesto que es gay, no puede disimularlo. Parece hombre. Esos son los más difíciles de identificar; hay otros que son muy afeminados, se contonean como mujeres, se les cae la mano, nada más hay que ver cómo se sientan, con las piernas juntas y cómo toman el cigarro, no hay duda, pero los que son como éste, son mucho más complejos porque imitan a los hombres. Es tan guapo que las mujeres le coquetean, la niña de rojo no ha parado de aventarle el calzón, pero él —¿ella?— no le tira un lazo; claro, si tiene media hora mirándome a mí; lo bueno que en esta disco las luces de colores rompen la comunicación visual. Si me sigue comiendo con la vista le voy a tener que partir la madre. Eso de venir de quinto en discordia, con dos parejas, es horrible. Se paran a bailar como chivos y me dejan aquí, a merced de todas estas viejas que me tiran el perro, pero también de maricas como el de la mesa vecina. No es que sea homofóbico, para nada, respeto las preferencias sexuales de cada quién, los que no respetan son ellos, cada momento su coqueteo es más obvio; no se dará da cuenta de que soy machín declarado, no ve acaso mi enorme bigote revolucionario y mis movimientos cinéticos de varón. Qué estúpido fui al levantar mi copa cuando brindó conmigo, y lo peor, en aceptar la que me mandó; no encontré una forma decente de rechazarla. Ha de haber pensado que soy de su mismo bando, no se puede ser amable con esta gente. Espero que con esto sea suficiente, bailé con la más guapa de las chavas del antro, incluso le di un beso espectacular delante del gay, que sepa con quién trata, que soy hombre como el que más. Lástima que se fue Susana, me gusta esa niña, pero es increíble que sus ancianos padres la obliguen a llegar a las tres, creen que estamos en los cincuenta, que las niñas llevan cinturón de castidad y se quedan virgencitas hasta el matrimonio; coño, el puto me sigue tirando la onda, no entiende nada, voy a tener que mandarlo feo a la chingada para que sepa con quién está tratando.

Dos copas más, no resiste la tercera sin aceptarme. Se está muriendo de miedo, le tiemblan las manos al levantar su vaso, pobre cabrón, me ve como una amenaza a su masculinidad, ésa que ostenta tan artificiosamente. A estos charros bigotones, sobreactuando su papel de mono vestido, basta verlos un minuto para conocer sus tendencias escondidas. Cree el iluso que le compré su patético show de galán con la loca esa; que no lo vi mirándome cuando la besaba, una actuación para mí. Por qué no se ha ido, por qué no se largó con sus amigos, o con la niña juguetona cuando se despidió; regresó, se quedó solo, bebiendo sin parar, diluyendo en alcohol sus miedos y traumas, que se disuelven como un Alka Seltzer, le permite salir a su verdadero yo, el que grita por debutar en sociedad. Si pudiera entender que no hay amor más limpio y puro que el que nace espontáneo entre dos hombres. Oscar Wilde nos abrió la puerta, se atrevió a confesar en público su homosexualidad, confesó que la época de su vida en la que encontró su verdadera inclinación sexual fue la más plena, la más creativa, la más perfecta. El amor es la expresión más relevante del ser humano, ¿sabrá acaso este idiota cuál es el afecto más grande y espiritual que puede un ser humano experimentar? Sin duda —y sigo recordando a Wilde— el amor de un hombre por otro, como el que existía entre David y Jonathan, amor puro y perfecto entre un hombre maduro y uno joven, que vive en los sonetos de Miguel Ángel y Shakespeare. Lo que sucede entre un hombre y una mujer es amor vulgar, basado en el interés y en aspectos sociales. Amor animal, lujuria disfrazada con su santo nombre. Los principales críticos del amor son los que no lo conocen, los que han pasado su vida sin sentirlo; no hay persona más insignificante y pueril, que aquella capaz de amar solamente una vez en la vida, esclava de las reglas impuestas por la sociedad. Lo justifica con el nombre de la lealtad y la fidelidad, ¿sabes en realidad qué es?: superficialidad. Su pregonada probidad no es más que el sopor de la costumbre, falta de creatividad, de valor, de imaginación para vivir. Aceptó otra copa, se la mandé sin mirarlo, no sabe ya ni lo que toma. Pobre, está atrapado en un laberinto, lo comprendo perfectamente, me pasó lo mismo; no puede manejar sus sentimientos encontrados, su colección de normas que lo obligan a ser hombre, macho, como Pedro Infante, golpear a otros hombres en las cantinas y conquistar a todas las mujeres cantándoles a caballo; está a punto de turrón.
Este mesero es un imbécil, le dije que no aceptaría otra copa del gay ese y me la trajo, Pa’ acabarla de joder le respondí la sonrisa y el saludo, soy un animal, va a pensar que soy de los suyos. Me debí haber ido con la banda, no sé para que me quedé otro rato, sólo para aguantar los decibeles que llegan a niveles insostenibles a esta hora, a las niñas pasadas de copas, haciendo osos y al maricón de junto cada momento más descarado. Pedí ya la cuenta, me largo o voy a acabar madreando a este puñal.

Otra vez aquí, hospitalizado, con cuatro costillas rotas a patadas, los labios partidos, los ojos morados, vapuleado por un animal nocturno. Pobre diablo, en este momento lo debe estar deteniendo la policía judicial. Estúpido, nadie podrá librarlo de setenta y dos horas de cárcel, y de cien años de arrepentimiento. En el fondo me da lástima. A mi me duelen los golpes, a él la resaca moral le durará toda la vida. Cuántos días pasarán antes de que me busque, es una ley natural, estoy seguro de que está enamorado. Pobre tipo, teniendo que representar el papel de hombre.

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