miércoles, 13 de junio de 2012

La dueña de las mareas (fragmento).


Horas, minutos, segundos...
La lancha se ha tornado en ágora del pensamiento, verdadera evasión, sillón de psiquiatra; a mi alrededor sólo agua, inmensidad similar al cielo, facilita la comprensión del abstracto concepto de infinito; soy una minúscula isla flotante en movimiento continuo; dinámica ajena a mi voluntad, a merced de los dioses del viento, señores de las mareas; pierdo la noción del tiempo, ¿cuál tiempo? Nada más relativo en el pensamiento del ser humano; aquí no existe, los peces no conocen el concepto, buscan su alimento, su reproducción sin medir nada; dependen del movimiento, nada se detiene un solo segundo; las nubes viajan a merced del viento, que no descansa jamás; el mar no conoce la estática, no se puede detener, requiere celeridad continua para subsistir, si se detuviera un solo instante moriría como los tiburones; el hombre, auto-denominado centro de la creación es el único ser viviente preocupado por el tiempo, ¡qué estupidez! Aceptando que exista, es el valor más democrático al que tienen acceso; reyes, plebeyos, presidentes y mendigos, negros, blancos, hombres, mujeres y homosexuales disponen del mismo tiempo; no hay ricos ni pobres en ese valor, no puede acumularse; el sol calcina mis neuronas, traspasa con su poder mi gorra de lona, el cabello protector, la endeble piel del cráneo y penetra produciendo múltiples entelequias; me río solo, ni siquiera los peces atrapados por mi tecnología de supervivencia comparten el jolgorio, sólo forman círculos patéticos con su boca intentando recuperar el oxígeno que les robé de manera unilateral, sin juicio alguno; están encabronados; me río pensando en el tiempo como un valor que se pudiera acumular en un banco; sería muy divertido tener una cuenta de ahorros valuada en horas, minutos y segundos; ¿Cuánto tiempo desea retirar, licenciado? Seis horas, por favor, señor cajero, este día está muy divertido. ¿Podría darme mi saldo? Será un placer licenciado, tiene usted nueve meses, catorce días, y veinte horas, incluyendo los intereses al doce por ciento anual; en ese momento; el pez más imbécil de la creación brinca y cae en la lancha; lo observó retorciéndose, quizá arrepentido de su suicidio; en un arranque de omnisciencia lo regreso al mar, le doy una segunda oportunidad de vivir. Si quiere inmolarse que sea en otra embarcación, no en la mía; estoy viviendo el presente, este instante, pero pasa en milésimas de segundo y se convierte en pasado; la salvación del pez, es historia ya; ¿el futuro?, será dentro de un segundo, es el tiempo porvenir, si es que llega; no podemos viajar hacia atrás, no hay tecnología aún, el pasado es inaccesible, sólo vive en el concepto más abstracto llamado memoria; tampoco tenemos capacidad de modificar el futuro, ya ven al estúpido del pez, intentó acortar su destino, y una mano poderosa, no convocada por él, lo obligo a seguir viviendo: ¡no seas cobarde, cabrón, enfrenta tu vida! ¿Qué problemas puede tener un simple pez, eslabón primario de la cadena vital?; eso pensarán los dioses de los seres humanos: pobres pendejos, creen que con un tiro van a resolver sus angustias, ilusos. Por pura diversión los vamos a reencarnar en el pez que saltó a la lancha; el jaloneo de la línea indica que otro pez ha picado, ¿será el mismo idiota? Nunca lo sabré, todos son iguales… como los hombres.  


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