miércoles, 31 de octubre de 2007

El casting (fragmento de novela)



Miró el reloj, rutina pura, sabía exactamente la hora: las cuatro de la mañana. Ni un minuto menos, ni un minuto más. Su cronómetro biológico era japonés, barato, pero exacto como el sol de invierno. Tenía dos meses de despertar a las cuatro sin importar las horas que hubiera dormido. Asmodeo, el gato adoptivo que le servía de espejo cuando hablaba en voz alta, el único ser viviente al que soportaba en tiempos creativos, despertó a la par. Estaba enrollado entre sus piernas; miró con sus ojos del color del sol a su socio para decirle que estaba vivo también, que había sobrevivido la noche. Se levantó sin dar tiempo a su mente de barrer las telarañas. A las cuatro y diez sonaría el timbre, tiempo justo para servir su desayuno al gato y preparar café. Sin una taza no terminaría de encender el pensamiento. A las cuatro y nueve, se sentó en la sala para tomar un trago volcánico, y no resistió la tentación de encender el primer cigarrillo de la mañana. Lo juro, en cuanto termine este proyecto dejo de fumar para siempre. Una especie de cábala que rezaba en cada obra. Su lucha contra el cigarrillo había llegado a la mayoría de edad, veintiún años tratando de dejarlo cada lunes, cada enero, cada cumpleaños. Cuando el reloj de cuarzo dibujó las cuatro y diez, sonó la puerta. Era una mujer, una sofisticada dama vestida de negro, con el cabello encadenado a un chongo y cubierto con una mantilla. Asmodeo se erizó al verla, y fue a refugiarse a la recámara. Ésta tiene que ser villana. No pasó el detector de buena onda. Le ofreció un café, pero la invitada lo rechazó:
—Prefiero un té de manzanilla, ¿será posible?, el café me produce ansiedad, no la necesito, estoy sobradamente frenética con esta entrevista para agregar cafeína a mi régimen nervioso. Requiero el té, por favor.
Por supuesto que no había té —joder—. Los hombres no bebemos té, es una infusión para damas bulímicas o ingleses atrapados a las cinco. Pero era su invitada, él la había convocado a la reunión.
—Si me esperas unos minutos intentaré conseguir té, no tengo. Los autores no tomamos esas cosas, somos unos cerdos, bebemos café y ron, fumamos a toda hora, en dónde hallar la paciencia para esperar que una bolsita con especias se disuelva en una taza de agua hirviente.
Se puso su chamarra de pana, la madre de todas las chamarras, la tenía desde los años universitarios, envolvió su cogote en una bufanda y cubrió su calva, que luchaba por avanzar, con una cachucha de boinaverde. Tuvo que rogarle al chino de la cafetería para que le vendiera unos sobrecitos de té. “Éste es un restaurante, no una tienda de abarrotes”. Una vez satisfecho el capricho de la aspirante se sentó a observarla antes de iniciar el diálogo. Sacó un cuaderno. Era ya el séptimo lleno con apuntes necesarios para la obra. Observó, ahora con ojo profesional, a la candidata: Debe medir uno setenta, quizá un poco más; no es una belleza, pero no necesito una, me basta con su mirada inteligente, su aura de misterio, ése sí es un requisito, si va a ser la mala tiene que portar secretos en los ojos, despertar la curiosidad, hacer saber que en su pasado hay historias por desvelar en las digresiones en las que suelo perderme; su perfil es interesante, clásico diría yo. No importa que no me gusten sus labios escuálidos, siempre me han encabronado. Me atraen las hembras que los tienen gordos, las de labios delgaditos son maléficas, pero no tiene que gustarme a mí, cuándo se me quitará la deplorable costumbre de rasar todo con mis propias ideas; su pelo es adecuado a la trama, negro como el café de estas tierras, como el infierno, seguro es pintado; eso también me fastidia, quimérico encontrar mujeres naturales, todo es plástico.
—Ponte de pie por favor.
¿Habré sonado grosero?, no era mi intención, pero me vale, no son ni las cinco de la mañana y ya estoy trabajando. Ni los esclavos de la era del Virreinato laboraban jornadas de veinte horas. Mi patrón es un tirano hijo de puta. No tiene mal cuerpo, es flaca, sus piernas son largas, hacen juego con los brazos y los dedos; toda ella es longuilínea, no atractiva, pero no busco a una mujer seductora, otros personajes cubrirán ese papel. Requiero de una arpía sugestiva, como la bruja guapa de Blanca Nieves, la narcisa que se confrontaba con el espejo.
—Camina por favor, sólo unos pasos.
No está mal, podría servir con ciertos retoques de maquillaje. Ahora viene lo importante, a ver si tiene forma y fondo, si su voz corresponde a la personalidad, si no corrobora el diagnóstico de Asmodeo que rara vez se equivoca y resulta una estúpida.
—Dime tu nombre completo.
—Berenice Gutiérrez.
—Dije completo, todos los nombres y todos los apellidos.
—Bueno, me llamo María Berenice, pero odio el María, mi apellido materno es Hernández, un apellido tan común que prácticamente lo tengo eliminado aunque mi madre se infarte.
—En este momento no estoy buscando ideas, ¿entiendes?, estoy averiguando hechos. Yo te digo cuando puedas opinar.
Me interesa ver su reacción ante la filípica, ante mi actitud número doce, la de capataz. Obviamente se encolerizó un poco, pero no demostró miedo, eso es bueno, imagínate a una villana, quizá la antagonista, acobardada al primer grito. María Berenice. Ése no es un nombre de mala, me suena como a virgen o santa, tendría que cambiárselo en caso de contratarla, es un nombre débil, de esos que están de moda. Bueno, pasó la primera prueba, podemos continuar.
—Cuéntame la historia de tu vida en cinco minutos, ni uno más ni uno menos, cuando te diga Ya, empiezas.
Está molesta, no puede evitarlo, no cabe duda que cuando me propongo joder a alguien soy titulado, alguna cualidad debía tener, ¿no?
—¡Ya!
—Nací en Barcelona. Supongo que por obra y gracia del Espíritu Santo. Jamás he conocido siquiera el nombre de mi padre. Fue en los sesenta, cuando las españolas se rebelaban a la dictadura oficial e imitaban a las hippies de San Francisco. Mi madre mandó al cuerno a sus papás y vivió la juventud chiflada de su tiempo. Se tiró a la mitad de los muchachos de Barcelona. El cincuenta por ciento de los adultos de hoy podría ser mi padre. Antes de emigrar a las colonias, estudié la primaria y la secundaria en una escuela de monjas, bajo el resguardo de mi abuela. Vivimos después en Buenos Aires, en Bogotá y aterrizamos finalmente en México. En esta metropolzota he pasado mis años adultos. Mi experiencia es lo más ecléctico que puedas imaginar, ¿te puedo hablar de tú?, también sé hablar de usted y de vos.
—No me importa el modo. Sigue que te quedan sólo dos minutos. No tengo tanto tiempo, hay cientos de aspirantes.
¿Quién se cree este cabrón, Shakespeare o García Márquez?
—He sido mesera, maestra de arte dramático, secretaria trilingüe, es que hablo perfecto español, francés y por supuesto catalán, más bien mallorquín. Soy una amante consumada, sin remilgos, le entro a todo y por cualquier lado, eso lo puedo demostrar.
Coño, ésta es capaz de cualquier cosa con tal de obtener el papel.
—Tengo voz de soprano, puedo también mostrarlo en cualquier momento, lo único que no tengo es experiencia como personaje de ficción, pero no creo que sea tan difícil, es cuestión de dejarse llevar.
—¿Tienes hermanos?, Sólo uno, pero hace años que no lo veo, no nos llevamos bien. En realidad no me llevo bien con nadie, no creo en la humanidad, te lo digo de una vez, ni en el amor, ni en las conveniencias sociales. Para lo que estoy excluida definitivamente es para ser la buena, ni siquiera me interesa. Las bienhechoras no pasan a la historia. La Dama de las Camelias, la Dulcinea, Madame Bovary, eran putas, malas, y fueron las trascendentes. Eso es lo que deseo. Si me piensas contratar para un papelito difuso olvídalo, no soy la adecuada.
—¿Eres derecha o zurda?
—¿A qué te refieres? Para escribir soy zurda, para todo lo motriz, pero mis tendencias son ambidiestras, agarro parejo cuando se trata de sexo o de romance.
—¿Cuáles son tus manías?
—Ufff, es larga la nómina: soy fumadora compulsiva, tres cajetillas al día, no he fumado porque es muy temprano, necesito dos tazas de té antes del primer cigarrillo.

1 comentario:

Álvaro Ancona dijo...

Novela inédita registrada ante derechos de autor.