martes, 27 de noviembre de 2007

Terminó la fiesta



Por enésima vez el despertador mental sonó a la cuatro en punto de la mañana. Un timbre agudo que se conectaba directamente al corazón y provocaba una tozuda taquicardia. Permaneció acostado, con los ojos cerrados pero la mente ardiendo en una llamarada que iluminaba su noche como la erupción de un volcán.

En un par de horas el sol haría su aparición, y el mundo de este lado del hemisferio despertaría para hacer su día. Perseguir sueños, acariciar a las personas amadas, comer, beber, hacer el amor, practicar la vida. Él no. Despertaría también, como los demás, pero la oferta del día se antojaba asquerosa. Su cuerpo había muerto antes que su mente. Las facturas acumuladas en toda una vida, sesenta años de intensidad, reclamaban por su pago. Sus pasiones: la cacería, la pesca, la bebida, las mujeres, y en especial, la literatura se le negaban en esa última etapa la cual se negaba a seguir viviendo.
Qué más le quedaba por exprimir si lo había tenido todo. Mujeres, hermosas damas que le dieron la mano; reconocimiento mundial —qué había después del nobel—; viajes, toros, guerras, sedales y armas. Todo lo obtuvo
Nada quedaba por hacer. ¿Para qué coños vivir la parte vieja de la vida, dar lástima, padecer dolores?
Se levantó decidido. Su tiempo caducaba a pasos de titán. La fiesta había terminado. Tomó una escopeta Boss de dos cañones. La introdujo en la boca y jaló del gatillo.

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