lunes, 19 de marzo de 2012

Paren al mundo que quiero bajarme


Paren al mundo que quiero bajarme

La globalización tiene un defecto estructural básico. El libre comercio implantado por los tratados multilaterales, favorece a las grandes corporaciones competitivas e inmoviliza prácticamente a las pequeñas y medianas empresas, que representan el más elevado porcentaje de empleo y subsistencia en los países en vías de desarrollo.

La globalización acentúa las diferencias entre los países ricos y pobres, y los principales indicadores señalan que esa tendencia es irreversible bajo el sistema actual. El 20% de la población del mundo (los ricos), consume el 90% de todo lo que se produce.

Al industrializarse la producción agrícola, se requiere de menor cantidad de mano de obra, lo que conduce a la erradicación de una de las más antiguas formas de subsistencia: la vida agraria. Los habitantes de los pequeños poblados agrícolas emigran a las grandes capitales, convirtiéndose en obreros de empresas maquiladoras, en albañiles, en comerciantes de la economía informal, o lo que es peor, en delincuentes.

Los que no encuentran trabajo en las grandes urbes de su propio país, emigran en busca del sueño americano, creando un enorme problema que trataremos más adelante.

El papel del Estado ante la globalización modifica de manera radical sus funciones básicas. El antiguo Estado propietario, debe ceder su lugar al nuevo Estado regulador y normativo. No puede existir una democracia fuerte, sin la base de un Estado fuerte, y ése es el gran reto de los nuevos gobiernos democráticos en América Latina y en especial en México.

Los efectos nocivos de la globalización para un país con agentes económicos débiles como México son muchos, por eso debe enfocar su esfuerzo en retomar los valores sociales, y revalorar al capital humano.

No puede esperar a que la inercia especulativa global provea soluciones, hay que arrebatárselas a la globalización. Hacer un inventario de los recursos con los que cuenta el país, para intentar sentar las bases de un crecimiento, dentro de un mundo global del que no puede sustraerse. Ser miembro activo y dinámico de la globalización, en vez de resistirse a ella.

Finalmente, la globalidad se compone de pequeñas partes, de países, de asociaciones de países, de instancias internacionales, de corporaciones industriales y comerciales, de pueblos, de personas, en última instancia.

La globalización es resultado de la voluntad humana, es un monstruo que la inteligencia del hombre puede y debe manejar, por su propio bien. Cada gobierno es responsable de implementar un liderazgo, público y privado, fuerte y sólido, consciente de sus propias responsabilidades.

Vivimos en un mundo dominado por la lógica especulativa, por el dominio de los nuevos metarelatos globales, por una tecnología, una política y una economía, que escapan de la mano de los hombres, que lo dominan y subyugan. El orden internacional está comandado por estas fuerzas, por poderes que nadie puede controlar, que se burlan de las soberanías caseras, de la lucha por la individualidad, de la identidad de países pobres y de habitantes que no saben si seguir comiendo tacos de carnitas y agua de tamarindo, o rendirse ante la invasión de McDonalds y de Coca cola.

Conclusiones.

La globalización no va a preocuparse jamás por aspectos sociales, eso hay que entenderlo. Como habíamos mencionado, clasifica a las personas en solventes e insolventes.

Queda entonces como responsabilidad de cada país intentar socializar la economía global, tomar como base a la sociedad civil y a la realidad cultural para intentar sujetar al mundo global y a sus engendros.
No es posible que la delincuencia organizada supere habitualmente a todo un país. En el momento que los habitantes del mundo decidan poner un alto a los excesos de los gobernantes entonces el camino estará despejado.

Es indispensable que las sociedades civiles se activen, que las culturas diversificadas se opongan a la cultura lúdica mundial que nos están imponiendo.

Sólo una sociedad bien educada y unida puede utilizar el proceso globalizador en su beneficio, convertirlo en oportunidades de crecimiento, justicia y bienestar.

Todos los sectores activos del país, públicos, privados y sociales deben adquirir la conciencia de servir primero a su comunidad local, a su acervo cultural, antes de los intereses globales que los requieren con insistencia.

La globalización amplía las tareas públicas en vez de restringirlas o de suprimirlas. Reafirma la función distributiva por la vía fiscal. El Estado mexicano deberá seguir siendo factor toral para implantar las políticas de salud y educación. Con un Estado fuerte (no grande), una empresa privada productiva (no especulativa), y una sociedad civil despierta y activa, la globalización puede ser una herramienta de bienestar en lugar de la espada de Damocles del siglo XXI.

La globalización no tiene nacionalidad, tampoco la tecnología, ni las organizaciones internacionales, pero tampoco la corrupción y el narcotráfico son patrimonio de país alguno, por eso son tan difíciles de ubicar y erradicar.

La globalización no es una panacea, ni un monstruo incontrolable. Es resultado de la tecnología, de las telecomunicaciones, de la mercadotecnia internacional. Ningún país puede sustraerse a ella, todos tienen que subirse al ferrocarril global y utilizarlo a su favor, no tratar de poner barreras a algo que no puede detenerse.
Fernando Enrique Cardoso, ex presidente de Brasil, propuso enfrentar a la globalización con sus mismas armas, globalizando también la solidaridad. Instrumentar un nuevo contrato internacional entre naciones libres y soberanas, globalizar los derechos, la salud, la educación, la seguridad y el medio ambiente.

George Monbiot, es su libro "La era del consenso", propone una solución muy simple: “contra lo que se dice, el mundo no se maneja de manera democrática y, por tanto, la gran revolución de nuestro tiempo debe consistir en alterar ese estado de cosas y luchar por todos los medios a fin de establecer una auténtica democracia global”.

Lo único que no se ha globalizado en el siglo XXI, es la democracia de las naciones. El mundo se organizó de tal manera después de la Segunda Guerra Mundial, que los aliados vencedores —en especial Estados Unidos—, tomaran el poder de decisión a nivel mundial, sin importar la opinión de los cientos de pequeños países.

El país más democrático del mundo, en su política interior, es el más anárquico del mundo en cuanto a sus intereses exteriores. La ONU, la OMC, el FMI y el Banco Mundial —que deberían representar la democracia internacional—, están dominadas por Estados Unidos y sus aliados.

Los intereses de la comunidad global son manejados de acuerdo con los criterios de un pequeño grupo de países, situación que se torna intolerable para los más de 7,000 millones de habitantes del mundo.

Monbiot asegura que esos organismos no pueden reformarse, por la restricción que les imponen los postulados que les dieron vida, ni siquiera vale la pena intentarlo.
Su tesis propone la constitución de un parlamento mundial que carezca de poderes ejecutivos y legislativos, cuya función consista en intermediar en todo tipo de conflictos entre las diferentes naciones.

Junto a este parlamento mundial tendrían que operar instituciones alternas para controlar la economía planetaria. La primera de estas instituciones podría ser la Unión Internacional de Compensación, un substituto del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional en el que los países deudores podrían hallarse en nivel de igualdad con los acreedores.



[1]
Guerras del siglo XXI, El nuevo rostro del mundo, pag. 11, Ignacio Ramonet, Ed. Modadori
[2] En esto creo, 2002,Carlos Fuentes, Ed. Seix Barral
[3] En esto creo, Carlos Fuentes, pag. 89, Ed. Seix Barral
[4] Tomado de un editorial en Reforma de Jesús Reyes Heroles.

3 comentarios:

Ana Muela Sopeña dijo...

Álvaro,

interesantísimo artículo. La globalización, si cada país no ejerce una fuerza para defender su propia cultura, sus propias raíces, amenaza con convertirnos en zombis obedientes que beben coca-cola y consumen sueño americano sin pensar...La globalización además no es la media encontrada por la diversidad cultural sino sólo la medida del país más poderoso o los países más poderosos...

Te dejo un abrazo
Ana

Álvaro Ancona dijo...

Ana queridísima.

Me encanta encontrarte. La literatura es una de las más poderosas armas para deender nuestra identidad.

Te mando mucho besos y abrazos.

Álvaro

Julio dijo...

Los problemas son comunes. Dices que la globalización acentúa la diferencia entre los países ricos y los pobres, y es verdad; pero, de igual manera, entre los países supuestamente ricos, también se acentúan las diferencias entre los más ricos y los menos ricos, conduciendo a los segundos a una situación de servidumbre respecto de los primeros, poniendo sus economías en sus manos, venidéndolos.
Me interesan, sobre todo, las soluciones a este problema mundial. No creo que las injusticias generadas por el capitalismo se solucionen con más capitalismo, de igual modo que el mal funcionamiento del sistema comunista no se solucionó con más comunismo. En fin, buen tema, largo debate y urgente necesidad de tomar medidas.
Salud.