miércoles, 27 de agosto de 2008

La dueña de las mareas (Fragmento de novela) )


Abyssus abyssum invocat

¿De qué estoy huyendo?, ¿de quién? ¿Acaso de mí mismo, de mis demonios, de mis visiones convertidas en polvo? Heme aquí, rodeado de agua, con la compañía de seres mucho más inteligentes que yo: peces y aves marinas; cobijada mi cobardía existencial en una bóveda celeste que insiste en hacerme sentir un minúsculo organismo, perdido en un ridículo planeta, que a su vez es la más insignificante partícula de un sistema universal, parte ínfima de una vía, ensamble millonésimo de una organización que se transporta hacia el infinito como resultado de un error cósmico, cometido hace tanto tiempo que escapa de mi razón; capitán, tripulante y gaviero de una embarcación que no tiene rumbo, a merced del capricho de las mareas, las corrientes y los soplos, carente de voluntad. Observo el ballet rumboso de los cuerpos en la mecánica celeste, orden perfecto que expulsó a los dioses del universo al proclamarse dueño de la expansión, de la ruta eterna hacia el rojo de las galaxias líderes en los límites del universo; el silencio se vuelve tan espeso, que me permite escuchar el sonido cosmológico, residuo primitivo de un fiat lux inicial, organizador de este universo, ardor emergido del brote térmico original, cuyo origen está a mil años luz de la intuición humana. Heme aquí, saboreando la conciencia de mi pequeñez, que crece con cada pensamiento libre, con cada segundo de actividad herética; El Big Bang, idea científica del cosmos, no logra penetrar en mi espíritu, que pretende en su megalomanía ser centro del mundo, permanecer estático, pegado a la tierra por la potencia de gravedad —fuerza de voluntad de la tierra—. Huyo de mis antepasados, seres estúpidos creadores de titanes, gigantes y dioses; incapaces de comprender la profundidad de la tierra, su dinámica evolutiva, su historia épica; ¿temieron acaso reconocer que el planeta y sus habitantes no fueron construidos por ninguno de sus patéticos altísimos?, ¿que proviene de un montón de detritus cósmico que se auto-organizó? Antepasados que no pudieron o no quisieron advertir que la vida humana, el código genético inscrito en el ADN de las células vivas, contiene los mismos constituyentes fisicoquímicos que el resto de la naturaleza de la tierra; que la vida proviene de un encuentro aleatorio de moléculas, que no es más que una secuencia asombrosa de coincidencias. La comprobación científica del proceso evolutivo relega a los dioses creadores al rincón de los ineptos.
Huyo también del hombre, lobo del hombre, incapaz de identificarse como igual. Adán y Eva eran sin duda primates arborícolas de alguna selva tropical, a la que llamamos Edén. Caín y Abel, sus descendientes, se bipedizaron, aprendieron a correr, a cazar y a domesticar el fuego, desarrollaron las relaciones emocionales y crearon el lenguaje; todos tenemos abuelos comunes, identidad fundamental que no aprendimos a reconocer; unidad genética que hace posible la fecundación cruzada de hombres y mujeres sin importar la raza. La diáspora original que separó a los grupos humanos, generó como respuesta a los diferentes medios ambientes, diversidad en el color de la piel, en la estatura, en los rasgos físicos, que nos separó para siempre; cada grupo desarrolló su lenguaje particular —la verdadera Torre de Babel— y diferentes ideologías; esas diferencias, sutiles en esencia, pero colosales en la práctica, han provocado la falta de identidad del ser humano, que ve a los demás como enemigos naturales a los que hay que fulminar. Huyo de los monstruos creados por el Homo Sapiens: la economía, la política y la tecnología, entes artificiales que rebasan la voluntad de su creador, la dominan y manejan a su albedrío. Huyo de las diferencias, de la falta de libertad, de la anodina conciencia colectiva, de la contaminación, de la escasez de valores; huyo de los imperios, de los fracasos sistémicos de los metarelatos del hombre, de la voracidad excluyente de las ideas, del fracaso en la emancipación del hombre a través de la ciencia, la teología, la economía; huyo de las mujeres que quieren ser hombres, de los hombres que quieren ser dioses; de los políticos —druidas contemporáneos— y de los empresarios —titanes encumbrados en altares construidos con acciones de la Bolsa de Valores—; le doy la espalda a las religiones, administradoras de la divinidad, a las sectas, a los soldados, a los profetas; nada hay para mí, no me identifico con esta raza.
Heme aquí aislado esperando el fin; sé que no hay nada después, pero prefiero la nada, a este amargo todo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Un placer leer... te


Lucero

JUAN PAN GARCÍA dijo...

Buen artículo de reflexión.Creo que todo el mundo sabe eso, pero como bien dices, vamos en un tren y no se puede uno tirar en marcha.
Porque eso duele.
Saludos y gracias por compartir.