jueves, 21 de febrero de 2008

Fragmento de La Arcadia (finalista Premio Planeta de Novela 1995)


Me llamo Isadora. Con tu venia Señor, me presento. Soy una mujer muy hermosa, pero no me acusen de ególatra, así fui creada, nada tuve que ver en ello. Nací teniendo veintinueve años y tres títulos profesionales en mi haber. Después de los estudios habituales, tomé la carrera de antropología e historia, posteriormente una maestría en cultura y letras prehispánicas y el doctorado en arqueología. Soy tan tenaz, que aún me encuentro estudiando un segundo doctorado. Espero que el Señor me permita terminarlo con éxito. Hasta ahora, nada me ha detenido. Estoy enamorada y comprometida con un hombre que me llena. Es arquitecto, de treinta años, cariñoso y muy divertido. Entiendo que no todos los hombres son así, lo cual agradezco al Creador. Tengo que diseñar los antecedentes, pero con mi gran cultura resultará fácil. A ver, ¿en dónde nací? Para ser congruente con el color de mi piel, y las características visibles de mi cuerpo, debo de ser latinoamericana. ¡Que divertido!, empezaré por elegir una nacionalidad. Vivo en la Ciudad de México, capital de este país que geográficamente pertenece a la América del norte, pero que cultural, histórica e idiosincrásicamente es parte de la América Latina. Vamos a ver, de sur a norte, dentro de ese territorio al que los europeos llamaron el nuevo mundo: pude haber nacido en Brasil, ese gigantesco país tan lleno de color y de sabor. Mi color de piel morena, sería resultado del mestizaje indígena y portugués. Tendría que gustarme la samba y el futbol, y seguramente tendría en la sangre el baile sensual, me gusta la idea. Podría también ser argentina, arrabalera e intensa, bailadora de tango y con la piel blanca de mis ascendientes europeos. También me gustaría ser chilena, de donde se acaba la tierra, mezcla de araucana y española, hija de la cordillera, o una tradicional peruana, caliente y húmeda, inca y europea; ¿qué le costaba al Señor ubicar mi nacionalidad Es una elección difícil. Siempre me ha atraído Venezuela. Si soy tan hermosa quizá debería nacer ahí, en la cuna de la libertad latinoamericana; descendiente directa de Bolívar, de Sucre y de Miranda; o en Colombia, mítico El Dorado, con sangre y temperamento caribeño, paisana de García Márquez y de Mutis. ¡Carajo!, que bronca encontrar una nacionalidad adecuada. Podría correr por mis venas sangre cubana, guantanamera, amante del mojito y el son, cantadora de boleros y bailadora de mambo. O tica, de esa tierra eslabón entre mayas y andinos, país pacífico, sin guerras ni ejercito, o dejarme envolver por la serpiente emplumada y nacer en México, país cosmopolita e híbrido, aunque demasiado cercano al imperio.
Sea cual sea el origen mis características físicas, son latinas: piel morena, sangre caliente, temperamento fogoso y apasionado. Eso me gusta. No quiero ser sajona. Dado que no fui descrita por el distraído Señor, elijo tener piernas fuertes y largas, manos grandes, de pianista, ojos color café con destellos de miel, cabello castaño, largo y lacio, boca sensual, labios gruesos, agilidad de gacela y fuerza de tigra.
Nací con doctorado, debo tener un alto coeficiente intelectual, eso ya me lo dieron. Pero elijo moderación en cuanto a la inteligencia emociona. Control perfecto de iras y pasiones, oído musical privilegiado, amante de los clásicos y de la salsa, la rumba y la trova romántica. He leído muchos libros, no sólo de mi profesión, sino de todos los temas. Me gusta Faulkner y Wilde, Paz y Borges, la poesía y la narrativa. Detesto la mediocridad, el color gris, la maldad y el abuso de la fuerza.
Ahí voy, me estoy armando, espero que el Creador no ponga objeciones. De repente suele meterse con sus hijos y cambiar su destino al capricho. Cuando percibo sus saltos de carácter, parece casi humano. Hereda nuestros defectos antes de inventarnos. El gran Hombre está encabronado: produce huracanes y terremotos, enfermedades y malformaciones, personas malvadas, enfermas, capaces de provocar guerras mundiales por diferencias étnicas o ideológicas. Cuando el gran Señor se molesta, o está enfermo, su varita mágica pierde el control, y entonces ordena conquistas, independencias y revoluciones.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Espero con paciencia de infante, el día en que pueda pedir un autográfo, libro en la mano, de su novela, Arcadia... ya, ya, ya!!!, jejeje,...

Felicitaciones
Lucero

Álvaro Ancona dijo...

En cambio yo espero con impaciencia. Son tres años ya en la cola...

Álvaro