miércoles, 6 de febrero de 2008

Reconstrucción del tiempo perdido II


Cuernavaca era un excelente lugar para gastar la adolescencia. En mi disco duro quedan grabados episodios muy emocionantes, lugares, olores a bugambilia, a llamarada, a pasto. Para sentarse a tomar una Coca cola, los lugares adecuados eran: La Central, una farmacia al estilo drugstore gringa, con su área de cafetería en donde podías tomar leches malteadas, hamburguesas, y su competencia, al otro lado del Parque: La Universal. El clima era un privilegio, por algo Hernán Cortés eligió esa zona para ubicar su residencia de descanso. Los domingos Cuernavaca recordaba las tradiciones de principios se siglo. Los chavos caminábamos por el parque central en el sentido inverso a las manecillas del reloj y cruzandonos con las féminas que circulaban en grupitos de tres o cuatro. El chiste era sonreírles, sucumbir a sus coqueteos, finalmente abordarlas para caminar juntos. Me integraba con mi palomilla al juego: poníamos adelante a Chava Camino, que con sus ojos verdes fungía como caballo de Troya para acercar a la chusma. En cuando se fundían dos grupos, se formaban automáticamente las parejas, e iniciaban las triviales y deliciosas conversaciones de acuerdo a guiones preestablecidos.

Antes de la caminata, era un deber ineludible el cine. ¿Qué películas logro recordar? Las de Angélica María, Enrique Guzmán y Cesar Costa; Amor sin Barreras, la mejor que he visto en mi vida; cómo olvidar a María, a Tony, a Bernardo, los Jets y los Sharks;


1962

Tercero de secundaria era otro mundo. Empecé a tomarme un poco más en serio la escuela, en segundo había sufrido mucho. Tanto, que en el primer semestre tenía siete materias reprobadas, la gran mayoría. No estudiaba, lo reconozco. En el fondo la escuela me importaba un pepino. Mis propensiones estaban completamente en otro lugar. Nada más tedioso que la trigonometría, materia trabalenguas, la ética y sus puñeteras lecciones morales, la geografía, —a quién carajos le interesa la historia de las Islas Vírgenes—. A mi me gustaba la música y las mujeres, en ese orden. La escuela, la familia, las asistencias obligadas a las eternas misas dominicales de la catedral, la clase de apologética —otra materia impronunciable—, eran simples trámites para mantener serenos a mis papás. Seguíamos con el miedo a las bombas de hidrógeno. Los noticieros alimentaban la hoguera con la ascensión al poder de Fidel Castro en Cuba, y su declaración socialista. Ponían los pelos de puntas a los padres, a los maestros y de rebote a los ignorantes escolapios, que sólo repetíamos lo que escuchábamos en la casa. La mayoría de los maestros estaban en contra de Castro, de Kruschev, del comunismo satánico que amenazaba a las almas buenas y católicas. La escuela estuvo difícil, tercero de secundaria es una píldora dura de tragar. Cálculo integral y diferencial, ¿imaginan?, historia de México, con otro cura, el padre Orozco; inglés, lógica, literatura española, una friega total. Nos mudamos de casa, a una privada más cerca de la escuela y del centro. Podía irme caminando, lo que representaba un ahorro substancial en mi exiguo presupuesto. Años divertidos los de secundaria, en los que recibimos mucho más de lo que damos al mundo. Todo está resuelto. La clase media provee a los jóvenes estudiantes de todo lo que necesitan. Por supuesto envidiábamos un poco a los millonetas del colegio, pero sólo por la alberca o por traer más dinero en los bolsillos para gastar. Poco importaban los acontecimientos mundiales o del país a los que sólo accedíamos por los comentarios de algún maestro distraído. Lo que sí era un problema serio era la sexualidad. Tema recurrente en todas las conversaciones. La escuela era sólo para hombres hasta la prepa. No teníamos relaciones —de ningún tipo— con mujeres en tercero de secundaria, ¿lo pueden creer? Pero ninguno lo reconocía. La mayoría inventaba febriles aventuras amorosas, pero nuestra generación, supongo que con honrosas excepciones, permanecía en una forzada y humillante virginidad a los quince años. No sólo eso, tampoco bebíamos, y fumar era un juego que se practicaba exclusivamente en público.


De vuelta a la bronca de la escuela, terminábamos la secundaria, retomamos el miedo a la guerra nuclear. El único que conocíamos en esos años. Rusia instaló misiles en Cuba, que, por supuesto, alcanzaban con facilidad a los Estados Unidos, y Kennedy ordenó un bloqueo que puso al mundo al borde la conflagración. Para el punto de vista de un joven, y en versión de nuestros preclaros mentores, los rusos le sacaron al parche y no hubo tal guerra.
El segundo asunto —el alcohol— encontró su vía natural en la graduación de secundaria. Qué mejor oportunidad para ofrecer nuestro primer sacrificio al dios Baco. Se organizó una fiesta, con baile y todo, en una casa muy grande. Invitaron a las graduadas de la Sor Juana Inés de la Cruz, que tenía algún tipo de relación con la Colón. Al salir de la fiesta, en la que demostramos a las honorables guachichilas que nuestra capacidad dancística abarcaba desde el baile de salón, el cha cha chá, y el danzón, hasta nuestro amado rocanrol y el incipiente Twist. Saliendo de la fiesta, nos refugiamos en un tugurio a dos cuadras de mi casa. Primero nos sirvieron a cada uno una cerveza Superior, que reconozco, me supo espantoso. Amarga, difícil de tragar, Después prepararon una enorme cubalibre en una olla de aluminio. Una botella de ron, hielos, coca colas y limón. Y… a chupar se ha dicho. Las cubas si me gustaron, eran dulces y suaves. Combinadas con la cerveza producían un divertidísimo efecto. Pronto las caras de los cuates empezaron a verse deformes, como en el salón de los espejos cóncavos y convexos. Fui depositado en la puerta de mi casa por dos de los más fuertes condiscípulos. Que delicia la primera borrachera, Dios, que delicia de recuerdos.


1963

El recurso nmemotécnico que utilizo para recordar esa época es indudablemente el año escolar. Te remite de inmediato al tiempo y lugar. Primero de prepa marcaba un cambio importante. En sólo dos años estaríamos en la universidad, había que elegir la carrera para saber a qué área de la prepa te inscribirías. Para mí no había duda, Yo quería estudiar arquitectura o ingeniería, por lo que la opción de físico-matemáticas era elección sin controversia. Otro de los cambios torales era la compañía por primera vez de mujeres. La Colón se volvía mixta a partir de la preparatoria. Las damas se ubicaban en las primeras filas, y los pelafustanes en las de atrás. La mayoría de los nerds del salón, tuvieron que ceder la primera fila a las compañeras que también usaban uniforme militar, sólo que con falda y calcetines altos. El personal femenino cambiaba la forma de operar de los hombres. Intentábamos lucir nuestra escasa erudición contestando las preguntas que los maestros planteaban, pero siempre con poco éxito. Las aplicadas, las que en realidad se lucían eran precisamente las bellas damas, que estudiaban toda la tarde mientras el gremio masculino desperdiciaba su tiempo —que a los diecisiete años se antoja un recurso ilimitado— en banalidades de rebelde sin causa. Las hormonas superaban por abrumadora mayoría al funcionamiento de las neuronas que reposaban en espera de tiempos más apremiantes. Recibimos con júbilo la noticia de la obtención de la sede de los Juegos Olímpicos, y con tristeza, poco documentada, el asesinato en Dallas del presidente Kennedy, que junto con su esposa era una especie de ídolo de las juventudes. Motivo de chascarrillos fue ese año el destape de Gustavo Díaz Ordaz como candidato del PRI a la presidencia de la República, por su fealdad extrema, prueba viviente de las teorías de Darwin.

1964

Elvis desapareció, y con él, el rocanrol que conocimos. Los grupos ingleses encabezados por los Beatles cambiaron al mundo, encontraron una causa para la rebeldía y cambiaron también nuestros atuendos. Los copetes envaselinados cedieron su lugar a las melenas de honguito, ante la furia de la generación patriarcal. Regresamos a la Ciudad de México, cosas del trabajo de mi papá, y fui matriculado en el Instituto Juárez, en el centro de Coyoacán. Era el segundo año de prepa, pertenecíamos a la última generación que estudiaría sólo dos, los que nos seguían entrarían sin poder evitarlo al nuevo plan de estudios que incrementaba un año. Nos instalamos en una casa rentada, en Pennsylvania, en la colonia Nápoles, enfrente del centro nocturno Terraza Casino. El Juárez fue mi perdición. Los nuevos condiscípulos eran de peor calaña que los anteriores. Una palomilla pesada y heterogénea, integrada en su mayoría por cuates que no la habían hecho en otras escuelas de mayor alcurnia. Era de los pocos peatones que tenía que pasar por la humillación del camión escolar, Ni siquiera sabía manejar.


continuará...

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Una autobiografía nos ubica en tiempo espacio y también nos toma la mano para mirar con otros ojos, es linda la experiencia, agradezco.

Lucero

escribes conmigo dijo...

siguen las memorias, lo bueno es que a medida que pasas de un año al siguiente es mas fácil recordar, y los acontecimientos son mas frescos.

como siempre es un gusto leerte.

mario

Álvaro Ancona dijo...

Gracias Lucero:

hay momentos adecuados para echar una miradita al espejo retrovisor.

Álvaro

Álvaro Ancona dijo...

Mario:

tienes toda la razón. Mientras más nos acercamos al día de hoy las imágenes son más frescas en la memoria. Agradezco tu paso.

Álvaro

Anónimo dijo...

hola me gusta tu blog vi que escribiste algo sobre cuernavaca yo colecciono fotos antiguas y no tan antiguas de mucho lugares quisiera saver si no tienes fotos de cuernavaca en tu computadora que me puedas pasar a mi correo mi correo es poter84@yahoo.es muchas gracias desde espana saludos