sábado, 8 de marzo de 2008

Memorias de un gachupín enamorado


Memorias de un gahupín enamorado

¿Tendré derecho a decir mi México? Me lo pregunto todas las mañanas. La mayoría de los mexicanos se sentirían celosos de mi osadía. Cómo puede un gachupín, descendiente directo de los conquistadores, atreverse a anteponer un adjetivo posesivo a su patria. Sólo eso les faltaba.
Sin embargo, a pesar de haber nacido en Galicia, vivo en este país desde los diez años. Desde que entré a la escuela —primero de secundaria— presumí de mi nacionalidad, ganándome a pulso una serie de epítetos que al principio me dieron risa. Pensé que gachupín era un calificativo simpático, pero pronto me di cuenta de que traía más mala leche que una vaca loca de Londres. Pensé también que ser gallego, era igual que ser yucateco o colimense, pero tampoco. Ser gallego significa convertirse en personaje, en un “pepito” de importación. Los chistes elaborados por el interminable ingenio mexicano se cuentan por centenas.
Sin embargo, saco valor, de no sé dónde, y me atrevo a decir que, cincuenta años viviendo aquí me otorgan el derecho a decir cómo es mí México, a poseerlo, a hablar de él. Si quieren póngale como título: “Memorias de un gachupín enamorado”.
Y es que estoy enamorado, lo confieso: de mi esposa, que nació en Michoacán, de mis tres hijos, chilanguitos insoslayables. Juro, poniendo mis manos en la Biblia, que soy capaz de comer chile habanero, tacos de canasta con la más picante de las salsas, y chilaquiles, sin inmutarme. Juro también, que mi equipo favorito no es, ni el Real Madrid, ni el Barcelona; no señores, le voy a los Pumas, al equipo de esa universidad en la que estudiaron mis hijos.
Mi México es muy parecido al de ustedes. También me impacienta la corrupción, la ineficiencia de nuestros políticos —y digo nuestros para que vean que soy parejo—, la contaminación de esta espléndida ciudad en la que vivimos; también disfruto de la chalupas cuando voy a Puebla, o de los mariachis en Guadalajara; no señores, no bebo anís, me gusta el tequila reposado, y la cerveza mexicana, la mejor del mundo.
Los gachupines también lloramos, amigos, en especial los gallegos cuando nos dicen que ponemos capillas en los aeropuertos para confirmar los vuelos. Se siente re feo.
Traigo siempre en la bolsa del saco mi carta de nacionalización. Hace más de veinte años que soy mexicano de acuerdo a la constitución. Me nacionalicé por puritito gusto, porque vivo en romance con este país. ¿Cuántos años se necesitan para poder gritar: mi México?, ¿para poder echarle porras a la selección? Hasta mis hijos reclaman el quince de septiembre mi origen, me mandan a dormir a mi cuarto para no escuchar el grito. No me voy a regresar. No quiero que mis cenizas sean depositadas en la Catedral de Santiago de Compostela. Quiero ver quién va a ganar las elecciones el próximo año, y si alguien detendrá al América para que no sea campeón otra vez; quiero ver a mis nietos nacidos aquí, avergonzados del abuelo gallego, no me importa. Quiero saber a dónde va mi México, al que le urge un futuro tan glorioso como su pasado, antes de que mis antepasados llegaran.
Soy un simple gachupín, pero un gachupín más mexicano que el pulque. Denme chance. ¿Vale?

2 comentarios:

Eddy Eddy dijo...

Hola Álvaro:

Me gustó mucho lo que escribes, me conmovió, por está razón te escribo estas lineas.
Estoy preparando una clase de historia exprés para unos gringos, y estaba buscando algo para explicarle a los chicos las diferencias entre gachupines y criollos. Creo que me has dado un buen ejemplo...claro que pensé en Alaska que al revés que tú se fue a vivir a la Península, pero no creo que ella se sienta mexicana, a mí me parece españolisima, igualito que Sofía.
Gracias por hacernos la vida más fácil, y no, yo no creo que los gallegos tengan capillas en los aeropuertos.
Saludos
Eddy

Ana Karen Jaime Alvarado dijo...

Pero no tiene que pedir permiso... este país es tan suyo como nuestro, aunque al mismo tiempo, no sea ni siquiera nuestro, como tampoco suyo.

Todo somos humildes moradores de este mundo, y nos pertenece al mismo tiempo que le pertenecemos... Cuánta contrariedad, tal vez, pero mucho hay de cierto en ambos sentidos.

Sólo decirle que tiene razón en sentirse feliz de vivir en este cachito de mundo tan bello y tan bendecido.

Tiene el pleno derecho de pertenecer a esta nación con la que se siente tan identificado. Si usted siente que pertenece aquí, pues entonces aquí pertenece y punto. Así que como ningún hijo pide permiso a la madre para vivir con ella, ni a los hermanos les pediría permiso de compartir la casa y el amor por ella... así usted no tiene necesidad de pedir "chances".

La casa es suya, la mamá también y los hermanos igual, si quiere que no haya mucho pleito no olvide sacar la basura, sacar al perro y ayudar con los trastes, porque nos chocan los hermanos consentidos.

Un saludo!! y gracias!!

Any!!