lunes, 5 de mayo de 2008
La serenata (segundo fragmento de la novela)
No existe un momento del día
en que pueda apartarme de ti
el mundo parece distinto
cuando no estás junto a mí…
Cuando empezó la segunda canción ya sabía que eras tú. Estaba infartada, lo comprenderás. El maestro que nunca sonríe, que nunca responde a las insinuaciones, que se apasiona tanto durante la clase que olvida a sus alumnos. Visiblemente borracho, con un cuate de parranda tan viejo como él, cantando debajo de mi ventana. Cuando me repuse de la sorpresa decidí escuchar la letra de la canción. Los boleros estaban de moda gracias a Luis Miguel, habían sobrevivido al tiempo y los muchachos los cantábamos.
No hay bella melodía, en que no surjas tú…
¡Santo Dios!, que estaba sucediendo. Me decías tú esas cosas, o simplemente cantabas para seguir la corriente. ¿Surjo yo en tu pensamiento cuando escuchas una melodía bella? ¿Estaba mi maestro enamorado? No debiste hacerlo, ni siquiera al calor de tantos tequilas, como confesaste meses después haber ingerido. Tu serenata transgredía todas las normas, rompía con la idea que yo tenía de ti, de la vida, de la sociedad, de los sentimientos.
Ni yo quiero escucharla, si no la escuchas tú…
¿Qué carajos están diciendo los señores del trío? ¿No quieres escuchar ninguna canción si no estoy junto a ti? Qué significa eso ¿Me amabas acaso?, a mí, a la menos probable de tus alumnas, a la más rebelde, a la menos compleja. Esa noche de octubre, con esa canción estabas cambiando mi destino, y el tuyo, estabas interviniendo en el futuro con tu locura. Cómo puede una colegiala resistir la ternura de esa letra, la armonía de las guitarras que penetraban en mi conciencia como si fueran una declaración amorosa.
Es que te has convertido, en parte de mi alma…
¿Desde cuando, por qué, a qué hora me convertí en parte de tu alma? Recordé las instrucciones de mi madre, tenía que escuchar la serenata en silencio sin que advirtieras mi presencia. Sabías que te estaba escuchando, había mandado la señal de la luz y deseaba que el mundo me tragara. Aunque no lo creas, corrí a lavarme los dientes. Me parecía poco decoroso escuchar la música con aliento capaz de despegar los tapices. Me moría de ganas de llamar a mis amigas, compartir con ellas lo que estaba sucediendo, pero no me atreví, simplemente seguí escuchando la canción:
Ya nada me consuela, si no estás junto a mí…
¡Qué exageración! Pasaste de la indiferencia académica, de la frialdad de esquimal, a declarar con esa maldita canción que nada podía consolarte si no estaba junto a ti. Que querías que pensara, si era mi primer gallo; perdí la virginidad musical con esas canciones. Debo reconocer que me gustaron, que dejé de considerar a los boleros una expresión cursi de las abuelas, en verdad la letra era emocionante.
Más allá de tus labios, del sol y las estrellas…
Mis labios, pensé que estabas ciego y no te habías fijado en la parte más competitiva de mi anatomía. Todos los galanes de la universidad hablaban de mis labios, de que morirían por un solo beso, y tú, los considerabas el órgano fundamental de la comunicación oral. Más allá de mis labios, del sol y las estrellas, imagina, las estrellas dejaron de ser elementos astronómicos para convertirse en metáfora. Me pregunto si elegiste tú las canciones, si pasó por tu mente la responsabilidad de lo que me estaban diciendo. ¿Era Cesar Portillo de la luz, los cantantes contratados, o tú, quien me decía esas cosas?
Contigo en la distancia, amada mía, estoy.
¿Amada mía? Desde cuándo era la amada tuya. Los hombres deberían medir sus palabras, esas son palabras mayores, y tú, un experto en los símbolos, en los códigos, en la interpretación del lenguaje, las soltabas así nada más, borracho, a las cuatro de la mañana.
Al amanecer del día siguiente…
Durante la primera hora ambos se hicieron a los muertos. Manolo inició su exposición sin cruzar ni por asomo su mirada con la de Laura. Evadiéndola de manera notoria. Era una batalla entre la fuerza de voluntad de las pupilas que morían por encontrar las de la niña, y la del catedrático, que mantenía su estatus académico. Sin embargo, no podía dejar de percibir la sonrisa irónica de sus contlapaches, del resto de las Chicas superpoderosas que lo analizaban intentando descubrir alguna señal. Intentaba concentrarse en la clase, en el tema que tanto le apasionaba para huir de la mirada inevitable de la alumna. Hablaba de los signos como metáfora quasi subliminal.
—Piensen un poco. Los signos van mucho más allá que el propio lenguaje. Son antepasados de las lenguas. Una forma primigenia de comunicación gráfica. El problema, desde la diáspora original, la africana, es que la gente no ha aprendido a comunicarse. Unos dicen una cosa y otros entienden otra, cuestión de codificaciones y decodificaciones. La gran diferencia entre lo que dice una persona —la intención—, y lo que entiende la otra —la recepción—, es que raramente coinciden. Iser en “Der impolizite Láser”, como vimos el otro día, insiste en la interpretación, en la necesaria colaboración del receptor para cerrar el proceso comunicativo.
Que hermoso es el desgraciado, que interesante. Me fascina cuando pronuncia nombres en otro idioma, ¿Cuántos hablará? No me ha mirado una sola vez, me evita, pretende que nada pasó. Sus brazos son atractivos, es un oso culto, un Neandertal polilingüe. Me gustaría que la bola de arrastradas de las primeras filas, coquetas vulgares, supieran que a mí, a la más hermosa e inteligente del grupo, le llevó serenata el hombre al que adoran babeantes, al que admiran y siguen como fans de un cantante. La puta de Mariel le enseña los calzones cada clase, ya los debe de conocer todos, pero a pesar de que es la más exuberante de la clase, con sus chichis monumentales y sus nalgas de rumbera, él me eligió a mí para cantar bajo el balcón. Ojala lo supieran, estúpidas golfas.
—Ustedes creen que han leído el mismo libro —insistía la pasión del maestro— pero están equivocados. Cada lector interpretó el texto de manera desigual, ergo: cada uno leyó un libro diferente. Recuerden que en el semestre pasado vimos los tres tipos de intenciones: la intentio auctoris, la intentio operis y la intentio lectoris. Un autor pretende decir algo, pero el receptor lo puede interpretar de manera propia, puede malentender o superar la intención del emisor o autor. Los lenguajes viven de acuerdo a leyes propias, inventan sentidos muy diferentes a los que deseaba comunicar el autor.
¿Y cual fue la voluntad del autor de la serenata?¿Cómo interpretar, siguiendo tu semántica del enfoque interpretativo, las letras de las canciones? ¿La intentio auctoris coincide con la intentio lectoris? Si intentaste decirme que estás enamorado de mí, tendrás que confirmarlo con palabras corrientes, sentados en la cafetería o en el lugar que se te hinche la gana. Necesito conocer de primera voz la intención del autor de la serenata. Tú nos enseñaste que sin retroalimentación la comunicación se queda manca y coja. La serenata puede tener muchas interpretaciones, ¿no? Puede responder a un impulso, a una locura temporal causada por el alcohol y la influencia de compañeros de la escuela; podría ser también que le gusto y no se atreve a reconocerlo. Esa teoría me late. Debe estar loquito por mí, y su posición de adulto y catedrático no le permiten expresarlo. Entonces, al calor de la borrachera dejó que saliera ese grito de amor reprimido; qué bueno que mi mamá se quedó con la idea de que fue el Caballo el autor de la serenata. Si no ya me la estaría haciendo de tos gruesísimo, la conozco.
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4 comentarios:
Pues, Álvaro, llegué hasta tí a traves de un e-mail que llegó a mi correo, te comento que me ha encantado tu Blog y - especialmente- tu personalidad.
Yo estoy al otro lado del mundo y también tengo algún Blog (cada uno para sus cositas) en el que escribo se llama "Vestida de mar".
Abrazos desde mi tierra verde.
Lola
Lola:
en este laberinto cibernético a veces se lleva uno agradables sopresas. Bienvenida y por aquí nos encontraremos.
Álvaro
Estimadísmo Alvarito
Pues me ha gustado mucho este fragmento.
Si bien cubre varios tópicos me quedo con esta frase
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Los lenguajes viven de acuerdo a leyes propias, inventan sentidos muy diferentes a los que deseaba comunicar el autor.
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Cuan cierto.
Me he dado una vuelta por tu blog. Siempre estimulante y variado, te felicito nuevamente por él. Puedes decirme ¿en dónde quedó el de la pricesa Pirulí?
Un abrazo
Marcos Marín
Marcos:
una agradable sorpresa tu visita. Nos debemos un desayuno.
Álvaro
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