viernes, 4 de noviembre de 2011
La identidad terrestre
LA IDENTIDAD TERRESTRE
Alvaro Ancona
¡Qué ilusos!, por favor, ¡cuánto egocentrismo! Vaya equipo de científicos ingenuos pretendiendo que la tierra, nuestro planeta, era el centro del universo, alrededor del cuál giraban el sol y los planetas, incluso el recién descubierto Sedna, más lejano que Plutón, benjamín del Sistema Solar, bautizado así en honor a la diosa del océano de la mitología esquimal.
Los astrónomos observaron mejor al universo y concluyeron que la tierra y los demás planetas giraban alrededor del sol. Hasta finales del siglo XVIII, el orden impecable del Universo comprobaba la existencia de un creador divino y omnipotente, pero Laplace expulsó a Dios y lo mando al cielo, comprobando que el Universo era una máquina perfecta y autosuficiente.
Ya en el siglo XX, se descubrió la existencia de otras galaxias, millones de ellas, y la posibilidad de la expansión consistente del Universo. Se habla de una deflagración inicial, de un universo originado por una catástrofe, una fiat lux inicial originada hace 300 mil años.
Vivimos entonces en un universo desconocido, que a partir de un desastre cósmico se auto-creó, y organizó. Un cosmos que se nutre de energía nacida del brote térmico inicial, pero cuyo origen es desconocido e inexplicable. Un universo donde el caos es predominante, el orden y el desorden son cómplices para dar a luz a las organizaciones galácticas, estelares, nucleares y atómicas. Un universo que la inteligencia humana está muy lejos de entender, y apenas empezamos a descubrir.
Dentro de ese infinito, existe una galaxia tercermundista, llamada Vía láctea, atraída a su vez por galaxias superiores. Dentro de esa insignificante partícula del universo, los seres humanos habitamos en un minúsculo planeta creado hace cuatro mil millones de años.
Eso no ha penetrado en nuestra conciencia, que siente que vivimos en un piso estático, iluminado por un sol eterno. Hemos aprendido a aislar los conocimientos, a vernos como seres humanos al margen del cosmos y de la materia con la que estamos hechos. A pesar de saber que nuestras partículas fueron formadas hace 15 mil millones de años, no aceptamos que nacimos en este cosmos, y que vamos a morir en él.
La tierra
La investigación de este grano de polvo cósmico, la exploración sistemática de la superficie de la tierra, acabó en unos cuantos años con los titanes, las tortugas y los dioses, develando un mundo de vegetales, animales y humanos. La tierra dejó de ser superficial, la geología, la química y la paleontología descubrieron una tierra de profundidades, estática y en constante evolución. Un planeta que tiene su propia historia. Proviene de una reunión de detritus celestes, por aglomeración de polvo cósmico, que como consecuencia de la explosión de una supernova se aglomeró alrededor del sistema solar. En un principio vivió la tierra el inclemente bombardeo de meteoritos, la erupción de gases que produjeron agua y atmósfera; se provocaron diluvios, erosiones que dieron vida a los continentes a partir de las placas tectónicas, hasta convertirse en un planeta aparentemente tranquilo. Con sus tierras y aguas, su atmósfera y estratósfera.
La vida
La vida está constituida por los mismos elementos físico–químicos que la naturaleza terrestre. El descubrimiento del código genético del ADN y la termodinámica, demostraron que la vida emergió de los desórdenes de la tierra.
La aparición de la vida en la tierra es un acontecimiento único y aún inexplicable; una acumulación de coincidencias. Pudiera provenir de la formación espontánea de macromoléculas, o de información genética contenida en meteoritos. Muchos indicios señalan que la vida tuvo un origen único, un solo antepasado.
La vida surgió como creación de la tierra. Se creo un ser vivo que se reprodujo, multiplicó, transformó y asentó como habitante central del planeta.
La gran diversificación originada en el mar, ascendió a los suelos, cubrió de plantas y árboles la superficie, voló en forma de pájaros e insectos hace 450 millones de años. Permitió que los seres vivos se nutrieran unos de otros, y se produjeran los ecosistemas. Posteriores modificaciones geográficas, climáticas y genéticas repercutieron en el conjunto. Los insectos y las flores se unieron en una simbiosis vital. Un bólido cósmico chocó con la tierra provocando la extinción de las plantas y con ella la de los dinosaurios, gigantescos herbívoros.
Hace 70 millones de años apareció el hombre, disfrazado hábilmente de primate y se distribuyó por el mundo. La tierra formó un árbol de la vida, que al mezclarse con las condiciones geoclimáticas formó la biosfera, placenta primigenia de la humanidad.
La vida es solidaria con la tierra. Todos los seres vivientes requieren para subsistir de otros animales, de bacterias y plantas. La solidaridad ecológica es uno de los grandes y recientes descubrimientos.
Identidad humana
El hombre ha representado un conflicto existencial entre humanistas y científicos. Las ciencias naturales identifican al ser humano como un ente biológico, y las humanidades como un ser psíquico y cultural.
Desde el siglo XIX el origen del hombre dejó de atribuirse a un Dios creador y se aceptó la evolución biológica, que empezó en el mono. Al abandonar el árbol genealógico nació el Homo sapiens, con sus herramientas, lenguaje y cultura.
Emergió a partir de los primates arborícolas. Pasó de homínido a bípedo, dominó el fuego y se convirtió en Homo erectus.
Desarrolló la tecnología, las relaciones interpersonales y el lenguaje, fuente toral de la cultura.
A pesar de ser débil, -no sabe volar como las aves, nadar como los peces, o correr como las gacelas-, desarrolló técnicas que lo ubicaron por encima de los demás vertebrados y desarrolló las potencialidades de la organización viviente de manera claramente superior.
La identidad físico-química terrestre contiene a su vez una identidad cósmica, aunque el hombre la ignora. La filosofía y la antropología rechazan la coincidencia animal y viviente, y han creado la vida del espíritu, los mitos, las ideas.
El hombre depende de la naturaleza tanto como de la cultura. Produce sus identidades humanas: la familiar, la étnica, la cultural, la religiosa, la social y la nacional.
El Homo sapiens tiene una identidad fundamental. Su unidad genética de especie permite la fecundación entre todos los hombres y mujeres independientemente de su raza o color.
También tiene una identidad cerebral, y una identidad psicológica y afectiva que le permite sonreír, reír y llorar.
La diáspora iniciada hace 1,300 siglos, provocó diferencias físicas, medidas, color de piel, forma de los ojos y de la nariz, ritos y costumbres. En todas partes se crearon mitos, racionalidad, inventos, técnicas, danzas, música, sentimientos. Cada hombre es consecuencia de acontecimientos y de influencias familiares, culturales y sociales. La diversificación es genética y psicocultural y conforma también su identidad.
Cada ser humano es único e irrepetible. Una maraña particular de ideas y sueños, de temores y dudas, tragedia y comedia, amor, odio. Aceptar la diferencia es aceptar también la identidad humana.
Nos comunicamos a través de la literatura, de la poesía, de la música y el cine.
Las diferencias en el lenguaje, en los mitos y creencias, ocultan la identidad bioantropológica. Los extranjeros han dejado de ser demonios o dioses. Son seres humanos semejantes, pero separados por barreras ideológicas, por culturas cerradas, fuente de incomprensión, de fundamentalismo, de conflictos.
Las sociedades se ven como especies rivales, y viven de guerra en guerra, matándose entre sí.
El gran reto del siglo XXI será la recuperación de la unidad del hombre. Reconocer la diversidad cultural, respetar las singularidades de las naciones, pero favorecer el mestizaje étnico cultural, en especial en las grandes urbes, que deben de servir como metrópolis cosmopolitas y unificadoras.
Es indispensable atrapar la conciencia colectiva, que sólo aparece cuando nos conmovemos con la tragedia de algún país lejano, con los misiles inteligentes matando niños y mujeres inocentes. Desarrollar la compasión para que alcance a todos los seres humanos, aunque estén muy lejos de nuestra casa, o de nuestra idiosincrasia. El respeto a las diferencias nos deberá conducir a superar la ceguera etnocéntrica o ideológica que nos hace ver a los extranjeros como una amenaza. Debemos empezar a reconocer en la mirada de cada hombre la identidad humana.
Esa identidad ha sido fragmentada por los científicos y los filósofos, que separan conceptualmente al ser biológico del ser psicológico, cultural y social. Los sociólogos no han podido ver al individuo, los psicólogos han estado ciegos ante la sociedad, la historia ha operado de manera independiente y la economía ha creado al Homo económicus, que se divide por su solvencia. La filosofía se ha cerrado en su pensamiento superior al saber antropológico, y sólo se comunica con lo humano en experiencias existenciales.
La antropología sólo podrá explicar la identidad humana, correlacionando lo biológico, lo sociológico, lo económico, lo histórico y lo psicológico en un pensamiento complejo.
La nueva conciencia
En adelante tendremos que reconocer que el universo, ordenado, perfecto y eterno, en realidad es un cosmos disperso, nacido de la irradiación, en el cuál funcionan de manera complementaria el orden, el desorden y la organización. Tendremos que olvidar la idea de una vida animada por un aliento divino, y aceptar una formación nacida de procesos físico-químicos terrestres. Olvidar la romántica idea de un hombre sobrenatural, para ligarlo a la naturaleza.
La tierra es una simbiosis física, biológica y antropológica, la vida emerge de la historia de la tierra, y el hombre de la historia de la vida terrestre. La humanidad es una entidad biosférica y planetaria.
La era planetaria, iniciada hace cinco siglos, nos envía señales alarmantes que tenemos que concientizar Somos una partícula insignificante perdida en el universo; no hay vida semejante en el sistema solar ni en la Vía láctea. El hombre y su conciencia, son resultado de una serie de coincidencias cósmicas y forman parte de una comunidad, de un destino terrestre que abarca a todos y a todo.
Lo que vamos aprendiendo amplía y crea nuevas incertidumbres: sabemos de dónde venimos, pero no sabemos de dónde viene eso de donde venimos. Ignoramos por qué existe un mundo en vez de la nada, y a dónde va.
La tierra, ese pequeño basurero cósmico es nuestra casa, nuestro jardín, es frágil y débil, extraña y preciosa.
Proviene del caos, de la desintegración del cosmos. El hombre tuvo que desarrollarse y sobrevivir a cientos de desafíos mortales para poder existir y como materia debe regenerarse cada minuto. El hombre y su desarrollo, la cultura, los sentimientos, la sociedad, tienden a modificarse, por lo que es indispensable restaurarlos constantemente.
Somos una persona de los más de seis mil millones que habitan este planeta, que a su vez está perdido en el universo, que posiblemente sea una partícula de un pluriverso.
Pero nuestro pequeño planeta es un mundo, lleno de seres pensantes, que son a su vez un universo con sus cien mil millones de neuronas y su particular cosmos de sueños, de miedos, de felicidad o de angustia. El mundo es nuestra patria, no podemos ser ni vivir en otro lado, y debemos ponernos la camiseta de “ser humano”, trabajar en equipo, y aprovechar el desarrollo de los medios de comunicación para ponernos de acuerdo, para construir un destino común, una conciencia colectiva para el futuro.
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