México, ética y cleptocracia
Álvaro Ancona
Yo creo que llegará un tiempo en que sobre las ruinas de la corrupción
se levantará la esplendorosa mañana del mundo emancipado,
libre de todas las maldades, de todos los monstruosos anacronismos
de nuestra época y de nuestras caducas instituciones.
Samuel Fielden
Pero qué difícil es levantar cualquier cosa sobre los cimientos pantanosos de la corrupción, contradiciendo el epígrafe de Samuel Fielden que, o peca de optimista o no conoce a México.
Cómo construir algo sólido cuando los arquitectos, los ingenieros, el director de obra, los contratistas, los maestros albañiles y los peones de media cuchara, sólo ven para su santo y tratan de tomar ventajas sobre los demás.
Cuando escuché por primera vez el término cleptocracia y entendí su significado: “gobierno por ladrones”, con dolor acepté que era una definición justa para nuestro (a pesar de todo) querido país.
200 años tenemos de historia y la corrupción ha estado presente desde que fuimos presentados en el Registro Civil como nación. Es más, desde la colonización española, cuando los pobladores de las tierras americanas ofrecían oro y riquezas a los españoles a cambio de protección e inmunidad.
Pero, ¿qué diablos es eso de la corrupción?, perdonando la irreverencia.
Stephen D. Morris, de la Universidad de Arizona, que ha publicado varios libros sobre la corrupción en México, la define como: "Todo uso ilegal o no ético de la actividad gubernamental como consecuencia de consideraciones de beneficio personal o político"; o simplemente, como "el uso arbitrario del poder".
Otros estudios hablan de la corrupción como un fenómeno social, mediante el cual los servidores públicos actúan en contra de las leyes y la normatividad, para satisfacer intereses particulares y beneficiar a familiares, amigos, organizaciones o movimientos sociales, políticos y culturales. Un acto racional, ilegítimo y carente de toda ética, practicado por funcionarios públicos, siempre en beneficio de un interés egoísta o solidario con algún grupo de poder.
La corrupción es un delito, de eso no cabe la menor duda. No hay por qué embozarla en eufemismos. Favorece la consolidación de élites políticas y económicas, desgasta la credibilidad del gobierno, reduce los ingresos fiscales y fomenta la aprobación de leyes en beneficio de unos cuántos.
La corrupción viene en varios tipos, tamaños y colores. Como extorsión, cuando un funcionario público obliga al ciudadano a entregarle una recompensa a cambio de un servicio, en forma de soborno, peculado, colusión o asociación delictiva, fraude, tráfico de influencias, falta de ética, fayuca, ambulantaje, aviadores, venta de plazas, y todas las formas que el docto lector quiera incluir en esta larga y estúpida lista.
Y ahora sí, que quien esté libre de culpa, tire la primera piedra. No creo que exista un ciudadano que, de una forma o de otra, no haya participado en este círculo vicioso que los políticos en campaña prometen romper, pero que en cuanto toman el poder son incapaces de enfrentar.
Los motivos del lobo
La corrupción obedece a diferentes y complejas causas. La falta de leyes que delimiten con precisión la línea entre lo público y lo privado y sean adecuadas a una realidad nacional del siglo XXI; la obsolescencia práctica en la vida cotidiana de las instituciones públicas; la tradición nacional de amplia tolerancia social hacia los privilegios privados y la cultura de la ilegalidad generalizada y aceptada por tradición en todos los grupos sociales.
Muchas de estas prácticas corruptas, obedecen a la escasa vigencia de la idea de nación y del concepto amplio de solidaridad.
Por supuesto, que la pésima distribución de la riqueza y el paupérrimo nivel de educación son factores torales en la práctica de la corrupción. Cómo pedir a quien apenas le alcanza para mal comer y que estudió hasta segundo de secundaria, que entienda conceptos complejos como ética, moral o bien común.
Por eso, ocupamos la posición número 65 en la tabla de Transparencia Internacional. Por eso, en un año, se registran más de 200 millones de actos de corrupción y la institución de “la mordida” tiene un valor superior a los 25 mil millones de pesos al año.
¿Y cómo diablos vamos a construir nada si la corrupción está en todo?
Gane quien gane las próximas elecciones, poco podrá hacer si antes no corta de tajo este mal endémico, histórico y destructivo. Y esto es válido para funcionarios de todos los niveles y para ciudadanos en todas las circunstancias.
Mientras sigamos viviendo el día a día sin valores humanos, sin conciencia social, sin educación, sin conocimiento legal, sin autoestima personal y global, y con paradigmas distorsionados y negativos, seguiremos quejándonos sexenio a sexenio, pero dándole al policía de tránsito su mordida, comprando productos pirata y sobornando funcionarios públicos como única manera de operar los negocios.
Mientras siga existiendo la impunidad en los actos de corrupción, el excesivo poder del funcionario público, las prácticas de soborno internacional, el control sobre los medios de comunicación, el nivel ridículo de los salarios y todos los etcéteras que quieran agregarle, disculpen ustedes la segunda imprecación, pero…
seguiremos jodidos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario