¿Y quién diablos es Vicente Calderón?
Álvaro Ancona
Es el símbolo del México contemporáneo. Dos mitades de carne y hueso que conforman un personaje de ficción, nacido del ingenio tradicional del mexicano y de la frustración acumulada en 200 años de vida.
Es Ixca Cienfuegos, Juan Preciado y Pedro Páramo, Tizoc, Gastón Billetes, el Charro Matías o el Tapado, de Abel Quezada; el príncipe Hugo Conti de Spota o el Juan Calzonzin de Rius. Personajes de ficción, que son más reales y más perdurables que los mexicanos a los que han caricaturizado a través de la historia.
Son mitos de papel, a los que creemos más que a los candidatos haciendo promesas de campaña. Fantasías que el mexicano, representado por sus escritores, periodistas y moneros, inventa como metáfora de una realidad que le duele, que lo mata, pero a la que responde con ese humor negro y exquisito que habita en el subconsciente colectivo.
Vicente Calderón es el Memín de Lágrimas y risas, el Gallito Inglés, al que hay que mirar con disimulo, quitarle el pico y los pies y metérnoslo por donde ustedes, sagaces lectores, saben; el perro de la colina, llorando como niño por el peso al que no supo defender como hombre, el chimpancé del 68, masacrando estudiantes en aquel rojo amanecer en el que las tres culturas se volvieron una sola. Es Josefina agarrando la jarra, Peña Nieto luciendo su ignorancia literaria, Fox citando a Borgues o el diablo del Peje y las instituciones.
Es el hambre combinada con el miedo, el amor a la patria y el grito del mariachi en Garibaldi, es el compañero de juerga que bebe en el rincón de una cantina con José Alfredo y que baila con las aventureras de Lara. Es la interpretación simbólica de un país que actualiza modelos colectivos y rediseña, a partir de esos modelos, un capítulo nuevo de la historia.
Vicente Calderón nace del matrimonio de la estupidez ingénita de los políticos con la picardía deliciosa del mexicano que tan bien retratara Armando Jiménez.
Vicente Calderón es el México de hoy.
Todos somos Vicente Calderón.
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