El
enemigo invisible
Álvaro Ancona
Es muy fácil perdonar a nuestros enemigos
cuando no tenemos los medios de aniquilarlos.
Heinrich Heine
Han pasado aproximadamente cinco mil años, desde que
tenemos noticias del hombre. Cinco mil años a partir de la escritura, que nos dio
la posibilidad de interpretar signos y aportarles significados comunes y descifrables.
Y lo más patético de la historia, es que de entre esos cincuenta siglos, sólo
podemos encontrar nueve, sin guerras importantes.
Se han firmado más de ocho mil tratados de paz en los
últimos 35 siglos.
Se suponía que la Segunda Guerra Mundial iba a ser la
última de las grandes conflagraciones, pero desde su final en 1945 hasta la
fecha, se han lidiado 140 guerras con un saldo superior a los trece millones de
muertos.
Otro dato escalofriante en las estadísticas de la guerra
es el siguiente: en la primera mitad del milenio que corre del año mil al dos
mil, nueve de cada diez muertos eran soldados, pero la proporción cambió de tal
manera, que a finales del siglo XX, nueve de cada diez víctimas de los
conflictos armados fueron civiles.
De estos datos podemos concluir, sin temor a
equivocarnos, que el ser humano es guerrero por naturaleza y que,
históricamente, ha encontrado siempre buenos pretextos para hacer la guerra: el
agua, las diferencias étnicas, la lucha por el territorio, las religiones, las
ideologías y hasta el deporte. Baste recordar la guerra de las cien horas entre
Honduras y el Salvador, provocada por un partido de futbol de las eliminatorias
de la Copa Mundial de 1970.
Pero todas las guerras de la historia han sido entre dos o
más bandos contrarios, identificados con escudos, colores, banderas y, en la mayoría
de los casos, con una causa justa desde el punto de vista de alguno de los
rivales.
Pero, llegando al tema que nos ocupa.
México, y algunos de sus aliados teóricos, está librando
una guerra feroz en contra de un enemigo
invisible. Los nombres de los cárteles: los Zetas, La familia, Cartel del
Golfo; o de sus líderes, Beltrán Leyva, Chapo Guzmán, Caro Quintero y muchos
otros, no son más que la punta del iceberg, lo que se ve y sale en los
periódicos. Pero el verdadero enemigo, el que nos mantiene en una guerra civil
absurda, está por debajo de estos señores u organizaciones. Es el verdadero enemigo invisible, conformado por
funcionarios públicos corruptos, policías, soldados, líderes sindicales,
maestros y ciudadanos comunes que están en la nómina del crimen organizado.
Son cientos de miles, quizá millones, pero no tienen
logotipo, ni ideología alguna, no tienen bandera ni escudo, no buscan más que el
lucro duro y carecen —por supuesto— de los
mínimos valores éticos y morales.
Es la “quinta columna” de los cárteles, que trabaja de
manera clandestina en las oficinas de gobierno o de empresas privadas, en las instituciones
y corporaciones de seguridad, en las iglesias y sindicatos. Es un ejército tan invisible,
incoloro e inodoro, que no se puede combatir con las estrategias de guerra
tradicionales.
Imagínense un partido de futbol cuyos contrincantes
fueran invisibles.
Y ante el enemigo invisible surgen todas las ilustradas
teorías de café. “Es culpa de Calderón, que sacó al ejército de los cuarteles”;
“es culpa del PRI, que fomentó la corrupción y el nepotismo durante siete décadas”;
“es culpa de la izquierda, cuya destructiva crítica al gobierno y a las instituciones
ha dado alas a la organización delincuencial”.
En
México todos meten su cuchara, pero muy pocos ayudan a hacer la sopa.
Y es que es muy fácil legislar soluciones en la
sobremesa. No se necesita ser un intelectual para saber que la solución está en
la educación, en los principios familiares, en la honestidad de los
funcionarios públicos, en el aumento del nivel de vida de todos.
Qué fácil, ¿no?
“Es que son soluciones a largo plazo”, reclaman mis
colegas, son la esencia de la utopía, ese lugar que no existe y con el que
todos soñamos.
Pues si la solución es a largo plazo, ¿por qué no la echamos a
andar hoy, entre todos?
3 comentarios:
Álvaro:
Efectivamente uno de los grandes problemas es el del enemigo invisible y no sólo en México sino en otros países y no sólo por un tema tan controvertido como el que aquí indicas sino por todo: educación, sanidad, alimentación.
El ser humano tiene que hacer algo potente siempre. Si no consigue crear destruye. Desde la escuela y la familia, en general, se reprime el instinto creador del niño, se le pide que aprenda por repetición, que no pregunte cosas extrañas...Después, toda esta frustración creativa, cuando ya es adulto, no sabiendo tampoco negociar ni llegar a acuerdos desemboca en la guerra. Y la guerra la hacemos todos. Los que la realizan y los que no la impedimos.
Me pregunto si esta especie Homo Sapiens u Homo Destructivus, tiene remedio...
Pero hay que pensar que sí y como bien dices empezar ahora a sentar las bases del cambio desde la educación, la familia, el diálogo.
Si no se termina nuestra especie antes (por extincion o aniquilacion...esperemos que no) tenemos mucho tiempo para evolucionar y cultivar los aspectos éticos que siempre se han dejado de lado. Quizás exista un futuro mejor empezando ahora a realizar esos cambios tan necesarios como urgentes.
Un abrazo
Ana
Probando, 1, 2, 3, probando.
QAuizám querida Ana, la respuesta esté en la poesía.
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