El peligro de darle de comer a un reptil tricolor desde pequeño
@alvaroanconavie 25 nov 2011
Nació el mismo día en que la revolución se consumó. Los rebeldes tenían ahora que gobernar al país, ponerse de acuerdo en el cómo. Madero, Carranza, Zapata, Villa y compañía habían sido eficientes líderes en tiempos de guerra, pero administrar a un país en tiempo de paz, era un hueso demasiado grande para perros tan pequeños.
Desde el principio del siglo XX, existían en México los clubes liberales, los periódicos que atacaban al régimen y nacieron con ellos los partidos políticos, cargando desde el principio el bagaje de la corrupción. Madero, después de haber hecho renunciar a Díaz, intentó implantar un sistema democrático, pero lo mataron. Zapata y Villa fueron destruidos por Álvaro Obregón y al reconocer Estados Unidos al gobierno de Carranza, terminó el movimiento armado.
Y nació el reptil.
Carranza promulgó una nueva Constitución y pasó a ser Presidente de la República mediante elecciones. Se enfrentó a una terrible crisis económica que generalizó la corrupción entre los funcionarios del gobierno. En 1924, ganó las elecciones Plutarco Elías Calles y fundó el Partido Nacional Revolucionario, que unos años después, cambiaría su nombre a Partido Revolucionario Institucional, el PRI.
El reptil hizo su aparición en la escena y empezamos a alimentarlo hasta convertirlo en un poderoso dinosaurio tricolor, porque hasta los colores de la bandera se agandalló para que no cupiera duda. Para mantener la paz, no había mejor manera que instaurar la dictadura perfecta, como bautizó Mario Vargas Llosa al binomio México-PRI, e iniciar la estatización de la economía.
El dinosaurio tricolor creó la Confederación de Trabajadores de México (CTM) para controlar a los obreros y repartió la tierra y las haciendas, para manipular el voto de los campesinos. Estatizó ferrocarriles, compañías petroleras, y durante siete décadas engordó hasta llegar a la obesidad; diseñó sofisticados mecanismos electorales para ser invulnerable, sometió a los tres poderes con su legendario “carro completo” y toleró a una oposición tibia y manipulable. Lagartijas insignificantes junto al poder del gran saurio.
Fue tal el paternalismo y el ansia de poder, que implementó las llamadas concertacesiones (neologismo originado en la gestión de Salinas de Gortari, que se refiere al hecho de reconocer triunfos electorales de la oposición, a cambio del reconocimiento de su mandato), los acuerdos con líderes sindicales, con el comercio informal y con las organizaciones campesinas; tolerando, a cambio de votos: la venta de refacciones robadas, los taxistas piratas en el aeropuerto, los antros negros y la injerencia de gobiernos extranjeros.
Es cuestión de sumas y restas. La corrupción en los tres poderes, el nepotismo, la tolerancia, y la ceguera de taller, fueron el génesis del crimen organizado, otro fósil negro de dimensiones inconmensurables, capaz de alterar elecciones (lo acabamos de vivir en Michoacán) y de comprar con su caudal de narcodólares a políticos de todos tamaños y colores.
Con el nuevo siglo, el dinosaurio tricolor manifestó agotamiento, sus músculos estaban atrofiados y su cerebro anquilosado, tanto, que permitió que un príncipe, que se transmutó en sapo azul le arrebatara el poder. Entonces se fue a descansar a su cueva, pero advirtió: “No saben lo que han hecho. Regresaré”.
Y helo aquí de vuelta. Después de la guerra del sapo azul, que va perdiendo por decisión unánime contra el fósil negro del crimen organizado, el dinosaurio tricolor, responsable genético de todos los males, amenaza con salir de su cueva y cabalgar de nuevo.
Que mala memoria tenemos los hombrecitos grises que poblamos este espléndido territorio.
Álvaro Ancona
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