Aprendiendo a leer Oliverio Girondo
¡Caramba, que fácil! Cómo no
descubrí antes la sencilla fórmula de la poesía. Elemental, mi querido Oliverio, basta buscar los poemas dentro de
los plesorbos de ocio, (haberlo dicho antes), en los lunihemisferios de
reflujos de coágulos de espuma de medusas de arena de los senos, que se pueden
comprar en cualquier mercado. Busque en la sección de carnes, pregunte por el
precio de las santas madres vacas hincadas sin aureola. Ahí está el poema,
necios: ignífero, superimpuro, leso, lúcido, beodo esperando por ustedes.
Pero deben tener cuidado, en no toparse de frente con la lu tan luz tu,
porque los puede anlucienlabismar, descentratekurizar, y de remate nirvanar la
crucis con sus melimeleos, tan riesgosos.
Navegamos por las aguas turbulentas de sus letras, río embravecido que
puede ahogar a cualquier principiante, hundirle sus psíquicas espinas mientras
observamos a la descarada luna, que asoma desnuda sin piyamas utilizando
nuestras escuálidas venas como tubos de ensayo.
Quedé agotado. Para leer a Girondo hay que tener condición física,
entrenar todos los días, estar listos para arrancar un maratón que puede dejar
exhausto al más pintado de los lectores.
Reconozco que me hizo sentir un idiota titulado a la primera leída.
Terco yo, le di una segunda oportunidad, abandone los diccionarios, no encontré
jamás el significado de: reconcubitedio, ni de hidefalo, y menos de la
metafisirrata. (¿Rata más allá de lo físico?)
Me rendí, decidí volverlos a leer sin preocuparme por entenderlos,
resultando una sensación lúdica, palabras compuestas, neologismos intrépidos,
que no requieren del hemisferio izquierdo, basta leerlos dejándose penetrar, como
si nos hiciera el amor una sueca. No entendemos todo lo que nos dice, pero se
siente rico. En fin, seguimos la receta de Julieta, e intentamos percibir con
el corazón, aunque el mío a veces es medio analfabeto.
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