Entraron al templo. Roberto estaba absuelto desde el día anterior Isadora tenía que tragarse la píldora solita. El confesionario de madera, situado en los pasillos del templo, le producía terror. Se arrodilló en el lugar indicado. Esperó a que el sacerdote abriera una pequeña puerta corrediza. Una voz joven la convocó.
—Avemaríapurísima…
No supo qué decir, sus clases de catecismo de la infancia estaban escondidas a piedra en el hilo rojo. Le faltó a Roberto aleccionarla para eso.
—Responde —exigió el sacerdote.
—Lo siento, padre, pero no recuerdo la réplica.
— ¡Olvídalo!, ¿hace cuánto tiempo que no te confiesas?
—Si no me equivoco, hace dieciocho años. Solamente me he confesado una vez, cuando hice la primera comunión.
—¿Eres católica?
—No lo sé, supongo que no.
—¿A qué debo entonces tu asistencia al sacramento?
—Me caso hoy en la noche. Entiendo que para comulgar debo sortear este trámite.
El religioso Pablo se sintió estimulado. Recién cumplidos los treinta años, cargado con su doctorado en teología, tomaba con placer mesiánico los retos. Tenía apenas un mes en México, enviado por una Parroquia de Barcelona para foguearse en las colonias. Le gustaba la voz de la chica que se iba a casar esa noche. Disfrazaba en una timidez que no le compraba, la seguridad de una persona preparada.
— ¿Puedo saber tu nivel de estudios?
—Ignoraba que fuera requisito.
—No lo es, de manera alguna, pero es muy diferente confesar a un feligrés con preparación, que a una de esas santurronas que acuden al templo todos los días.
Isadora se sorprendió. El hecho de que el propio sacerdote segmentara a sus feligreses en nichos de mercado despertó su interés profesional.
—Soy antropóloga. Estudié una maestría en cultura y letras hispánicas, y un doctorado en arqueología, en Inglaterra. Actualmente curso un segundo doctorado en civilizaciones antiguas.
—Bien, una intelectual. Yo también hice un doctorado, pero en teología. Podemos hablar entonces en el mismo idioma.
—Sólo esperaba decir mis pecados, recibir la absolución y correr al salón de belleza. Nunca me imaginé un diálogo de esta naturaleza.
No la iba a dejar escapar.
— ¿Crees tener pecados?
Isadora se tomó unos minutos para pensar.
—No lo sé, Padre, se lo digo con todo respeto y sinceridad. ¿Qué pecados podría tener una persona común y corriente como yo? Creo que hasta hoy no he hecho daño a nadie intencionalmente. Si es pecado no asistir a misa los domingos, no practicar los ritos religiosos, no participar en la comunidad católica, entonces los tengo todos. ¿Me absolverá?
— ¿Crees en Dios?
—En el Dios que me enseñó mi madre, definitivamente no. Creo que fui creada por alguien, por una inspiración. Existo gracias a una fuerza superior que me dio la vida con su idea. Pero en Yahvé, el Dios que ustedes adoran, dejé de creer desde los quince años.
— ¿Podrías contarme las razones?
Tomó el reto a vuelapluma, lo empezaba a disfrutar.
—Soy antropóloga. He estudiado con atención la historia de los mitos, desde las divinidades prehistóricas, los dioses solares, el dios círculo, el de las serpientes y los gemelos, los reinos y las decadencias, los meses prececionales, las décadas místicas, el renacimiento. Todos, padre, los conozco bien. El mito es lo irreal, lo que no podemos explicar con métodos científicos, las cosas que no podemos ver, como el Unicornio, o que no podemos aceptar, como la resurrección de Cristo; las ilusiones racionalistas, como la aparición de la Virgen de Guadalupe, o las imposturas, como los bailes prehispánicos en México. He intentado estudiar con honestidad todos los mitos, y he terminado por no creer en ninguno.
— ¿Y te das cuenta de que al negarlos, te estás inclinando también ante mitos, como el del Reflejo, proveniente de la observación, o el de la Jerarquía, que emerge de tu propia erudición y te permite expresar opiniones autorizadas? Intentas explicar de manera racional o científica los mitos, pero en función de los tuyos propios de carácter familiar referente a la etnología moderna, o del más allá, que se relacionan de manera muy cómoda con la tradición cristiana. Los intelectuales como tú, determinan una oposición previa, un prejuicio, entre lo que creen —mágico o racional— y lo que los demás profesan. A las opiniones de los otros, les llaman entonces: mitos, sueños, herejías. ¿No te parece un punto de vista parcial para una doble doctora? Esa arbitrariedad es inadmisible por pura lógica para cualquier análisis objetivo. Juzgar las creencias de otros en función a las propias, es un punto de vista necesariamente subjetivo que se invalida solo. Una serpiente que se muerde la cola.
—Eso puedo aceptarlo. Las religiones navegan de atrás hacia delante, del pasado hacia el futuro. Los dogmas obsesivos de los religiosos proceden de una revelación que pretende definir paradigmas de lo que debe ser. El pasado no puede modificarse, por lo que las leyes divinas que proceden del ayer siguen siendo válidas e inmutables. Viven inherentes a la sinrazón del ser humano, y han sobrevivido a los tiempos del racionalismo, a las luces de la ciencia. Contra eso no hay argumento alguno. Las grandes obras místicas, provenientes de la inspiración, han subsistido durante todos los siglos del hombre; el Rig-Veda, El libro egipcio de los Muertos, la Biblia, son textos actuales. Han sepultado a la mayoría de las obras racionalistas, que se auto-eliminan con el tiempo y los avances científicos. Los progresos de la humanidad, relatos que se desgastan con el tiempo, han creado grandes mitos nuevos. Es muy peligroso comparar el universo de la ciencia contra el mítico. Nada puede hacer una creencia pasajera contra una intemporal que vive y se alimenta en el subconsciente histórico del hombre. El mito no se puede estudiar desde el punto de vista racional, pero es imposible para un ser inteligente, vivir atado a un solo mito, alimentarse de él, tener fe y no pensar. ¿Estaríamos de acuerdo con eso?
—No. Al revés. Tú misma lo reconociste. Crees en alguien o en algo que te creó, que te inventó, no te auto-produjiste. Caes en una contradicción esencial al reconocerte como un personaje creado por alguien.
—Nunca he negado la existencia del Señor. No podría negar la tinta de la que emergí a la vida. Pero es un Dios muy diferente al que usted pregona, ¿estamos de acuerdo? Es un dios mortal.
—Simplemente creemos en dioses diferentes, yo, en Yahvé; tú, en un Autor Material. Son el mismo.
—La diferencia reside en que mi Creador existe. Sin Él no podría vivir yo y estar hablando ahora con usted. Es una prueba irrefutable. En cambio el suyo, casi podría comprobarle que es una ficción.
—Inténtalo.
Roberto empezaba a desesperarse. La confesión de Isadora llevaba ya media hora. Una fila de ancianas gemebundas esperaba con ansia su final. Habían terminado ya un rosario completo.
—Usted mismo lo dijo. Hay muchos dioses, miles de ellos. ¿Cuál es el verdadero? ¿El más antiguo?, ¿El que tiene más seguidores?, ¿El más poderoso? Si aceptamos que el más antiguo es el verdadero Dios, entonces tendremos que arrodillarnos ante el sol, ante la luna, ante la fertilidad, o la muerte. El hombre primitivo demostró su gran capacidad para crear dioses, pero los dioses originales no excluían a los otros. Veneraron a las figuras de mujeres embarazadas, a imágenes fálicas. Los egipcios tenían docenas de poderosos dioses, los sumerios, miles —más de tres mil distintos—, los prehispánicos también crearon a cientos de dioses diferentes. La diosa Fortuna, de los romanos, la Ausca, de los polacos, Mammon, de los fenicios, nuestro espléndido dios azteca, Huitzilopochtli, el hawaiano Pelé, mi admirada diosa griega del amor, Afrodita, y muchos más. Podría aceptar que todos son el mismo, la consecuencia del miedo a la muerte o de la ignorancia, pero ¿sabe en dónde me alejo de las creencias? En la desmedida administración de los mitos ejercida por las religiones desde hace muchos años. Ahí no nos vamos a poner de acuerdo.
—Prosigue.
—Desde un principio, algunos individuos aprovecharon sus conocimientos, o sus facultades sensoriales para curar a las personas o prever acontecimientos. La masa inculta adjudicó a esos dones la fuerza de los dioses y nacieron como consecuencia los magos, brujos o sacerdotes. Seres humanos que se atribuyeron por conveniencia, ser representantes de los dioses, y se convirtieron en la primera clase explotadora del mundo. Inventaron entonces los mandatos de los dioses, obligaron a sus seguidores a levantar templos por mandamiento divino, a pagar diezmos y primicias a los templos; inventaron el largo repertorio de pecados sacramentales para controlar a los fieles. Ubicaron a Dios en un lugar especial, en el cielo que está siempre arriba, desde donde maneja el comportamiento de sus hijos. En el caso de ustedes, los católicos, nos hablaron de un hombre hecho Dios. Un individuo —al que admiro mucho en su papel de hombre— que fundó en la tierra la verdadera y única religión de manera arbitraria, excluyendo de la salvación a los que no comulguen con sus ideas. Esta religión, Padre, nos enseña que quienes no siguen sus ritos y leyes, serán castigados con la metáfora absurda del fuego eterno, y quienes los siguen, serán premiados con la dicha perpetua. Es decir, la dualidad premio-castigo utilizada para educar a los niños. Utilizaron y siguen utilizando la ignorancia del ser humano para manipularlo de manera absoluta. ¿Le parece bien esto? En todo eso no puedo creer, no puedo seguir esa manipulación unilateral del oscurantismo mental y emocional.
¡Era demasiado! Se acercó al confesionario y se atrevió a meter la cabeza al cubículo en el que se encontraba Isadora enfrascada en la prolongada confesión. Ella sólo le dijo.
—Un segundo, amor, ya termino.
El sacerdote se dio cuenta de lo absurdo de la discusión teológica, aunque la estaba disfrutando. Decidió resumir el debate en unas palabras finales.
—Hay mucho qué discutir, pero éste no es el momento, ni el lugar adecuado. Estás acá, cuestionando a Dios, lo que significa que crees en Él. Dios es todo lo que has dicho, está dentro de ti, vive en tu comportamiento ético, en tus actos racionales y bondadosos. El simple hecho de hablar conmigo, de rebatir, de pensar, de tener creencias y convicciones son suficiente evidencia para obtener una absolución. Ve a casarte. Sigue actuando con honestidad. Piensa, estudia, critica. Posees a Dios. A Él no puedes expulsarlo con todos tus doctorados. Ve con Él y regresa cuando quieras. Aquí estaré siempre, esperándote.
3 comentarios:
Debo a mi curiosidad la grata experiencia de enriquecerme en su página reconociendo la generosidad de su espíritu.
Maricruz Díaz
Siempre eres muy bienvenida, María.
Álvaro
Fascinante el diálogo entre el sacerdote y la novia antropóloga. Además de estar plagado de erudición y de sutileza has conseguido poner en boca del sacerdote bastante tolerancia y capacidad lógica, lo cual es genial.
Sencillamente divino.
Un abrazo
Ana
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